From the Bishop

EL ETERNO ABRAZO DE MARÍA

La segunda parte de una serie de dos partes

By REVERENDÍSIMO KEVIN W. VANN, OBISPO DE ORANGE     5/30/2017

 

Este mes, el 100 aniversario de Nuestra Señora de Fátima ocurrió el día antes del Día de las Madres, un recordatorio de que María vive la maternidad en la escala de la eternidad. Ella es la madre de Dios, aunque es un ser finito creado por Dios que existe desde todos los tiempos. Y también es madre de todos y cada uno de nosotros.

La semana pasada, ofrecí algunos pensamientos ágiles sobre la profunda noción de María como la Madre de Dios. Esta semana, me gustaría dedicar un poco de tiempo a la realidad de María como nuestra madre.

Mientras Jesús estaba muriendo en la cruz, su misión aún no se había cumplido. Tenía una cosa más que hacer: Necesitaba darnos su madre como nuestra madre. Con María y Juan al pie de su cruz, le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. A su discípulo amado le dijo: “Ahí tienes a tu madre”. (Juan 19: 26-27).  En este momento, no sólo proporcionó el cuidado terrenal de María, sino que también nos dio a la madre más perfecta posible.

El Evangelio de Lucas habla de la aparición del ángel Gabriel a María. Tenía apenas trece años. Considera que la humanidad había sufrido el peso de la pecaminosidad durante miles de años. No importa lo que la gente haya hecho hasta este punto; no habían sido capaces de curar esta herida. Incluso cuando en la presencia de Dios, nadie en el Antiguo Testamento podía darle un sí absoluto e incondicional. Todos sus siervos lucharon por servirle.

Pero María considera pensativamente la petición que se le ha hecho de convertirse en la madre del Mesías, es decir, la Madre de Dios, y ella es capaz de darle su consentimiento sin reservas. (Lucas 1:38) En el momento en que se le hace esta pregunta, la promesa de vida eterna para toda la humanidad depende de su sí. Recuerde que ella tiene libre albedrío. Podría haber dicho no, como tantos otros habían dicho no en cosas más pequeñas antes, como decimos no cada vez que nos alejamos de Nuestro Señor. En su lugar, ella dijo que sí. Este sí hace posible ser su madre para que pueda sanar nuestra naturaleza herida. El mismo sí finalmente la convierte también en nuestra madre.

El Papa Francisco celebró el centenario de Nuestra Señora de Fátima con las canonizaciones de Jacinta y Francisco, dos de los niños a los que ella se apareció. Su homilía tuvo un tono sombrío en medio de una alegre ocasión: “Nuestra Señora predijo y nos advirtió sobre un modo de vida que es impío y de hecho profana a Dios en sus criaturas. Semejante vida – frecuentemente propuesta e impuesta – corre el riesgo de llevar al infierno”.

Nada podía ser más maternal que una mujer que quería salvar la vida de sus hijos. Ella vive su maternidad para todos nosotros, mostrándonos el camino hacia su Hijo, la que aplastó a la cabeza del enemigo. (Génesis 3:15)

Podría decirse que la noción de maternidad ha disminuido en el siglo pasado. Al mismo tiempo, nuestros papas han vivido una devoción viva a María, Nuestra Madre. Cuando San Juan Pablo II se convirtió en papa, además de dedicarle su papado con su lema “Totus Tuus”, (“Todos Tuyos”) él tenía una imagen de ella puesta en la Plaza de San Pedro. Sorprendentemente, entre todas las personas santas representadas allí, ella había quedado fuera durante siglos.

Él manifestó su devoción filial repetidamente, incluso atribuyéndole el salvamento de su vida durante su intento de asesinato en su fiesta, el 13 de mayo de 1981: Era la mano de una madre que guiaba el camino de la bala”.

En el 90 aniversario de Fátima, el Papa Benedicto XVI (ahora Padre Benedicto) celebró la misa en Aparecida, el famoso santuario mariano de Brasil. Comentó sobre las distintas apariciones a diferentes personas y en diferentes continentes: “Esto es muy hermoso. Siempre es Madre de Dios, siempre es María, pero es, por decirlo así, «inculturada»: tiene cara, su rostro especial, en Guadalupe, Aparecida, Fátima, Lourdes, en todos los países de la tierra”.

Este arquetipo de maternidad verdaderamente tierno, refinado y humano, continúa manifestando su amor por nosotros, sus hijos e hijas. La confianza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en esta mujer, nuestra madre, debe darnos toda la seguridad para entrar en su abrazo maternal.