Luis Higareda se siente redimido por la gracia de Dios, luego de mantenerse limpio durante nueve años y alejado del oscuro mundo del alcoholismo y las drogas.
En el presente de su vida, este hombre católico de 39 años de edad ha convertido su vida a imagen y semejanza de la parábola del Buen Samaritano.
“He entendido que el mandamiento más importante que nos enseñó Cristo es amar al prójimo”, dice Luis. “Mi prójimo son aquellos hombres alcohólicos o drogadictos a quienes me toca ir a rescatar dondequiera que se encuentren”.
Bajo cualquier circunstancia, Luis siempre está dispuesto a acudir al llamado de quien necesite una mano amiga.
En su automóvil transporta a las personas al centro de Narcóticos Anónimos “Así nos Recuperamos” en la ciudad de Santa Ana, o bien al centro de rehabilitación “Despertar”, en el Este de Los Ángeles, donde se atiende gratuitamente por 90 días a personas alcohólicas o drogadictas para su regeneración.
La entrega total de Luis a Dios, sin embargo, debió recorrer un camino de problemas, desamor, sinsabores y lo que él llama las “tres vías” a las que conducen el alcoholismo drogas: hospital, cárcel o muerte.
“La adicción a las drogas es algo real no una fantasía”, dice. “A las personas en problemas solamente les digo que se regalen tres meses de salvación, y al final también los padres de familia dejan de ser adictos del adicto; el problema del alcohólico o drogadicto se transporta a todos los miembros de la familia y si no actúan no hay liberación”.
Los padres del enfermo son remitidos al Grupo Nar-Anon, donde pueden compartir su dolor y sufrimiento.
una vida llena de vacíos
Nacido en 1977 en Santa Ana, Luis creció en el seno de una familia disfuncional. Su padre usaba y abusaba del alcohol y drogas, y sometía a su madre mediante violencia doméstica.
Sus hermanas menores, Maritza y Jessica fueron también testigos del maltrato.
La curiosidad lo llevó a querer explorar ese oscuro mundo de las drogas. Desde los 12 años se dejó arrastrar hacia la perdición. Comenzó a tomar y fumar mariguana y se convirtió en pandillero.
Vivía en un departamento de una sola recámara que compartían todos, pero el vicio lo atrapó. Acabó varias veces en hospitales y en la cárcel; fue expulsado de la secundaria y en ninguna escuela lo aceptaban. Había sido sorprendido con sustancias tóxicas dentro del plantel.
acelerado despertar
a la vida
Para mitigar su vacío interno y el desprecio de los demás, Luis se refugió aún más en drogas más fuertes: cocaína, heroína y morfina.
No tenía freno ni medida. Nada le satisfacía. Ni siquiera los miles de dólares que obtenía por vender drogas.
“Por la gracia de Dios, varias veces reviví de la muerte”, afirma. “Dios se manifestó en las medicinas, en los doctores y en el milagro de devolverme a la vida”.
Su padre le dio empleo en un taller de hojalatería y pintura. Pero el negocio solo era para disfrazar la compraventa de drogas y estupefacientes.
“Tuve un despertar muy acelerado en mi vida”, recuerda y narra que, incluso, golpeó con una pistola en la cabeza a una anciana para robarle su bolso, afuera de un banco.
Pero Cristo utilizó como Buen Samaritano cuando estaba listo para cambiar su estilo de vida. Su amigo, Oscar Iglesias le habló fuerte y le dijo: “El vacío espiritual que sientes se llama Dios, él es quien hace falta en tu vida, porque yo en ti solamente veo la muerte”.
Luis llevaba su mensaje de salvación a otros. Pero hablaba a las mentes, nunca al alma. Se glorificaba a sí mismo.
Entonces, el Padre Juan Navarro le ordenó dedicarse al cuidado de su esposa Gabriela y sus hijos Nicole (14), Dereck (10), Nelly (9). Danny (6) nació después que comenzó su rehabilitación.
“Los tres primeros fueron creados bajo el efecto de las drogas”, indica. “Ninguno tiene problemas y tengo fe que Dios me los va a librar de cualquier consecuencia”.
su vida en el espejo
de otros
Pero sus ansias de servir al prójimo llevaron a Luis a un retiro para jóvenes del ministerio “Christ Bound” (Rumbo a Cristo). Fue invitado a ser parte de la Hermandad San Dimas, que dirige el Padre Adrián Sánchez.
“Me llamó la atención que eran solamente hombres, unos tatuados, otros pelones y de distintas razas que hincados rezaban el rosario”, dice Luis. “Era lo que yo necesitaba para mi alma; reflejarme en el espejo de otros, que nada me distrajera del amor de Dios…Ellos se parecían a mí, quizás con el mismo dolor y sufrimiento”.
Cuenta Luis que los dones que Dios le ha regalado han sido muchos y en su acercamiento a alcohólicos y drogadictos les lee la “cartilla” de lo que deben hacer: orar, recibir los sacramentos de la Iglesia Católica y reconciliarse con Dios.
Hoy hace vida la cita bíblica de la carta de San Pedro 5:8: “Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar”.
“Queremos armar bien a estos hombres, para que no vayan a caer en la tentación”, asegura. “El demonio siempre está listo para devorar y hay que estar alertas; cuando hay ansiedad rezo el santo rosario, me curo con oración y me cubro con la poderosa sangre de Cristo”.
No obstante, le duele no haber tenido por muchos años la paz que anhelaba su alma; no haber estado presente en el nacimiento de su hijo Danny porque cumplía una sentencia de nueve meses en la cárcel y estar alejado de sus otros hijos a causa de las drogas, hasta que acabó como desamparado en las calles.
Y aunque experimenta momentos de tensión e incomodidad, afirma que ya puede descansar en paz.
“Ya puedo decir, hoy no robé, no mentí, no traicioné y trato de ayudar al prójimo”, dice. “Finalmente puedo dormir tranquilo por la misericordia de Dios”.