¿Usted cree, con absoluta certeza, que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Está seguro de que la evidencia de su vida en la tierra, su crucifixión, resurrección y ascensión al cielo es totalmente irrefutable? ¿Su creencia en la perfección y verdadero amor de Dios por la humanidad y el perdón de Dios por los pecados humanos, hasta lo más profundo de su ser?
Si es así, entonces su fe podría encontrarse en un terreno inestable.
Durante siglos, los teólogos han sostenido que, la convicción absoluta y pura, la ausencia total de la duda en los asuntos religiosos y espirituales, es cualquier cosa, menos una señal de fe. Por otra parte, la duda en sí misma puede ser esencial para una vida de fe cristiana.
Aun así, si Dios es amor, entonces ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? ¿Por qué estoy siempre en deuda, si Dios quiere que prospere económicamente? Si Dios quiere que yo sea feliz, entonces, ¿por qué me dejo mi pareja? Es posible que usted se haya hecho preguntas como éstas, y tal vez las compartió con otros o las mantuvo profundamente ocultas en su interior.
“La duda puede ser buena”, dice el padre Robert Spitzer, expresidente de la Universidad Gonzaga y presidente del Centro Magis y el Centro Spitzer para el Liderazgo Ético. “En primer lugar, anima a las personas a hacer preguntas y buscar pruebas. Si la duda hace que las personas hagan preguntas realmente intelectuales, eso es maravilloso. Si alguien con duda busca y encuentra evidencias sólidas, su fe se verá reforzada. En este caso, la duda es productiva”.
El reverendo monseñor Arthur Holquin, vicario episcopal para el Culto Divino en la Diócesis de Orange y pastor emérito de la Basílica de la Misión de San Juan Capistrano, nos lleva a la historia de Tomás el incrédulo. “A veces se le ve en un sentido peyorativo porque dudaba del mensaje de sus hermanos, quienes anunciaron que ‘el Señor había resucitado’. La duda de Tomás apunta a la tendencia muy humana a buscar la certeza en la vida”.
Esta vacilación de confiar con fe ciega, explica monseñor Holquin, tiene algo muy positivo: Obliga a las acciones que en última instancia fortalecen la fe.
“Como San Anselmo dijo hace muchos años”, dice, “la teología es realmente ‘la búsqueda de la comprensión de la fe’. Es precisamente esta ‘búsqueda del entendimiento’ que…puede ser el catalizador para la exploración, reflexión e incluso luchar con las realidades de la fe, que nos permite llegar a nuevas ideas y la claridad en cuanto a en qué creemos y por qué lo creemos”.
El camino de la duda puede ser forjado con dolor y oscuridad. Un cristiano fiel, por ejemplo, puede creer que entiende los mensajes centrales de Dios, Jesús y el cristianismo. Que posee, a través de Dios y Jesús, todas las respuestas.
Entonces, algo sucede en su vida, un evento relativamente intrascendente o una catástrofe trágica, que socava su entendimiento “perfecto” de Dios. La duda entra en escena, y puesto que Dios es perfecto, el cristiano cree que él debe estar equivocado. Así que trata de huir de la duda —lo más rápido posible. Después de todo, la fe perfecta es la usencia de la duda, ¿verdad?
Incorrecto. Su duda agónica, a la que nos referimos alegóricamente como “la noche oscura del alma”, es una señal de que su creencia férrea en todas las cosas espirituales finalmente está falleciendo.
Si este cristiano acongojado llevara su angustia ante un sacerdote, se le aconsejaría el aceptar sus dudas, de darles la bienvenida como un regalo, por difícil que eso parezca. Se le diría que su duda lo impulsará a seguir su camino, incluso si parece que ha perdido por completo el camino. Eso es bueno, ya que no estará atrapado en la certeza.
El padre Spitzer señala que, cuando se aconseja a los demás, es importante que el cura determine qué tipo de persona está experimentando este desconcierto persistente.
“Una persona analítica debe ser enviada a un lugar que ofrece ‘información profunda’, un lugar como nuestro sitio web: magiscenter.com. Un sin número de sitios web pueden ayudar. Solo hay que guiarlos a buenas fuentes de información e investigación”.
El padre Spitzer continúa: “El segundo grupo de personas, las que son por naturaleza afectivas y hacen preguntas tales como ‘¿Por qué un Dios amoroso permite el sufrimiento?’ En este caso, el sacerdote deberá responder a esta pregunta desde una perspectiva interpersonal. Puede explicar, desde el corazón, como el sufrimiento puede liberar a alguien de la superficialidad y dirigirla a una fe y humildad más profunda”.
Y los que están enfocados en la acción, dice el padre Spitzer, están en busca de algo que hacer para que sean felices y exitosos. En este caso, “el sacerdote debe mostrar a este tipo de personas el enfoque contributivo de la felicidad: tomar acciones que ayudarán a los demás en el mundo —hacer cosas con los amigos, la familia, la comunidad, la iglesia y el Reino de Dios”.
Monseñor Holquin, quien fue sacerdote por 42 años, siempre comparte un hecho esencial para aquellos que están lidiando con la duda: No están solos. “Una de las primeras cosas que trato de hacer es asegurarles que los cristianos a través de los siglos han luchado con esos sentimientos. ¡Están en buena compañía! Les ayudo a darse cuenta de que la duda no es lo mismo que negar la fe; no es ‘incredulidad’”.
A veces la respuesta consiste simplemente en dejar pasar el tiempo.
“Me gusta dar a entender que las dudas en nuestra vida de fe pueden, muy a menudo, convertirse en una oportunidad para profundizar la fe, la esperanza y el amor, si estamos dispuestos a permitir que el Espíritu Santo nos guíe a través de estos momentos. Cuestionar nuestra fe puede conducir a un entendimiento más profundo de la verdad de lo que creemos acerca de Dios y su vacación de santidad para cada uno de nosotros”.