Los primeros cristianos creían que, en ciertas épocas del año, como la víspera de Todos los Santos, los seres humanos podían ver más fácilmente a los fantasmas y demonios a través del velo que separa a la tierra del cielo, y el infierno del purgatorio.
Por lo tanto, parecería que la temporada de “Halloween” de tallar calabazas y pedir golosinas es un momento oportuno para hablar de demonios y el mal con nuestros hijos. Tales discusiones —incluso con los niños más pequeños— son importantes, explica el padre Troy Schneider, vicario parroquial de la Catedral de la Sagrada Familia en Orange. El padre Troy cree que desde una edad temprana todos debemos reconocer la realidad del mal y su presencia generalizada en el mundo.
“Incluso con los niños de 2 años de edad, podemos hablar con ellos acerca de las cosas que aparentemente se ven bien, pero que en realidad son muy malas”, dice el padre Troy. “Así es como el diablo coloca tentaciones ante nosotros. El diablo sabe cómo trabaja nuestra mente, conoce las partes más oscuras y profundas de nuestra alma. Si pueden convencernos de que la oscuridad es la luz —que las acciones malas son, de hecho, buenas— entonces, debemos tener mucho cuidado”.
Para probar su punto, San Pablo advierte en Corintios 2 11:14: “…ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz”.
El padre Troy cree que los padres y los maestros a menudo no le dan el crédito que los niños se merecen para comprender el bien y el mal, y las consecuencias de ambos. “Ellos saben lo que es correcto e incorrecto, pero les podemos ayudar a entender las ramificaciones de sus acciones”, señala. “Podemos decirles que, si elegimos hacer algo por razones egoístas, no estamos eligiendo al amor y a Cristo, y en esos casos, estamos eligiendo la mentira y el odio, y cosas que solo nos dividen”.
Las discusiones sobre el mal pueden ser tan simples como señalar a los niños que tienen que compartir sus juguetes y actuar con equidad con sus hermanos, porque entonces nuestras acciones son desinteresadas e impulsarán el amor. Por otro lado, cuando los niños se portan mal, podemos preguntarles: “¿Te molesta cuando haces que papá y mamá se enojen?” Los niños se dan cuenta de las consecuencias de sus acciones y entienden que sienten enojo y miedo porque, por supuesto, aman a sus padres.
El padre Troy escribió su tesis de maestría sobre San Agustín y la demonología, y recuerda que la introducción de su tesis tenía una cita atribuida a San Gregorio de Nisa: “El mayor truco que juega el diablo es convencernos de que no existe”.
Mientras que en nuestra cultura se representa a los demonios como seres viciosos y demoníacos que frecuentan nuestras pesadillas, y los ángeles como querubines blancos que vuelan en las nubes, el padre Troy observa que la realidad es más sutil —y más perversa. “Nuestra enseñanza es el uso de la razón. San Agustín nos enseñó que el demonio corrompe nuestra razón, convenciéndonos de que el mal es realmente bueno”.
Cuando hablamos con los niños acerca de Satanás, la conversación no debe ser acerca del Coco o el Cucuy que vendrá por nosotros si nos portamos mal, explica el padre Troy. “Cuando los niños llegan a la edad de la razón, ellos pueden entender la diferencia entre los ángeles buenos y malos. Ambos creen en Dios y reconocen a Jesús, pero los malos no tienen amor. Para nosotros, en especial, al observar los desafíos de la vida, el mal es la falta de amor”.