Cada 6 de enero, en la Epifanía del Señor, Gerardo Santos y sus numerosos hermanos colocaban sus zapatos, huaraches y sombreros para recibir regalos de los Tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltazar.
En su rancho de Encarnación de Díaz, Jalisco, el niño -quien es ahora un diácono de 70 años de edad, en la Iglesia Inmaculado Corazón de Santa Ana- abre el baúl de sus recuerdos.
“Sabía que los Reyes Magos llevaron regalos al niño Jesús, quien era pobre”, dice. “Y como ellos eran más ricos que el niño Dios, poníamos el zapato más grande, los huaraches y sombreros para que los llenaran de mucha comida y regalos”.
La celebración era en grande. Y al finalizar el levantamiento del niño Dios, Gerardo, -uno de 24 hermanos, de los cuales sobreviven 11- recuerda que recibían “bolos” (bolsas llenas de dulces, cacahuates, galletas, un pedazo de caña de azúcar y naranjas) y un billete de uno o dos pesos”.
“Para mí era un gusto enorme”, dice. “El gozo era disfrutar, porque éramos pobres y no comíamos muchas golosinas”.
Dar regalos a los hijos el 6 de enero entre católicos de Latinoamérica corresponde a la conmemoración de la generosidad que los sabios Tres Reyes Magos tuvieron al adorar al recién nacido Rey de los Judios, en Belén.
“Cuando abrimos nuestros ojos a la realidad de este milagro, también abrimos nuestro corazón a nuestro rey”, indica el Padre Edward Poettgen, párroco de la Iglesia Immaculate Heart de Santa Ana. “Cuando hablo con la gente, lo hago sobre la fiesta de Cristo Rey y el 6 de enero”.
El sacerdote precisa que hay una gran relación: en la primera fecha se celebra la fiesta de Jesús como Rey del Universo y en la fiesta de los Reyes Magos se afirma que “Jesús es nuestro rey y debemos entregarle el corazón al mero mero, a quien después le llevamos como regalo nuestros talentos y habilidades para ayudar a construir el Reino de Dios”.
A los niños, les hicieron vivir delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores una muestra de amor y fe a Cristo recién nacido.
La Epifanía o “manifestación” del Señor el 6 de enero, es la revelación de Jesús en persona a los magos: Melchor, rey de los persas, Gaspar, rey de los indios y Baltazar, rey de los árabes.
Es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, aún más que la misma Navidad y comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III. En Occidente se la adoptó en el siglo IV.
En esta fiesta se celebran tres sucesos en una misma fecha, aunque no en un mismo año: La Epifanía de Jesús ante los Reyes Magos (Mt 2, 1-12): su Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán y su Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná.
En el campo popular, la Epifanía es el Día de los Reyes Magos y en la antífona de entrada de la misa correspondientes a esta solemnidad, dice el Padre Poettgen se canta: “Ya viene el Señor del universo. En sus manos está la realeza, el poder y el imperio”.
“El verdadero rey que debemos contemplar es el pequeño Jesús y las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella de Oriente que condujo a los tres sabios al niño divino que había nacido en un pesebre”.
Para Eva Monroy, coordinadora de una pastorela, cada católico debería llevarle a Jesus como regalo, oraciones sencillas y un corazón humilde.
“Todos tenemos la responsabilidad de sembrar en el corazón de los niños el gusto por nuestras tradiciones católicas”, señala. “En la adoración al niño Dios, nuestra Iglesia ha visto la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos”.
Precisamente en esta adoración, los magos supieron utilizar sus conocimientos de la astronomía de su tiempo para descubrir en la estrella de Belén al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.
“Cuando llegaron a donde estaba el niño con María su madre, le ofrecieron oro, incienso y mirra”, dijo Eva Monroy, “Son sustancias en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra)”.