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NACIÓN DE PRESOS

By CATHOLIC NEWS SERVICE     11/2/2015

Respondiendo a peticiones de editores de una muestra regular de comentarios de actualidad entre la prensa católica, he aquí un editorial no firmado titulado “Nación de presos”, que apreció en la edición del 19 de octubre de America, revista católica semanal nacional operada por los jesuitas.

El 27 de septiembre, mientras visitaba los reclusos de la correccional Curran-Fromhold en Philadelphia, el papa Francisco abordó el tema de la encarcelación en masa en Estados Unidos, una de las crisis más devastadoras en la historia de nuestra nación. Él dijo: “Cualquier sociedad, cualquier familia, que no pueda compartir ni tomar en serio el dolor de los niños, y vea ese dolor como algo normal, o algo esperado, es una sociedad condenada a permanecer rehén de sí misma”. En Estados Unidos hay más de dos millones de presos en prisiones y cárceles. Como nación, tenemos que reflexionar sobre cómo y porqué esta crisis se convirtió en la norma.

Desde 1980 el número de reclusos en las correccionales de Estados Unidos ha aumentado de 500,000 a más de 2 millones. Hoy día Estados Unidos encarcela un número de sus ciudadanos mayor que la suma de los 35 países que más lo hacen en Europa. Esto tiene un efecto destructivo en la gente de color, particularmente en los afroamericanos. Hoy día hay casi un millón de afroamericanos en correccionales. Uno de cada 35 hombres negros están cumpliendo tiempo allí. (Un informe refleja que aunque los arrestos juveniles se han reducido, las niñas afroamericanas son el segmento de mayor crecimiento en la población judicial juvenil). Para los latinos la tasa es 1 de cada 88. Aunque conforman solamente el 30 por ciento de la población estadounidense, los afroamericanos y los latinos son el 60 por ciento de la población carcelaria.

En un intento de examinar adicionalmente el sistema carcelario, el presidente Barack Obama visitó en julio la correccional Reno, en El Reno, Oklahoma, donde se reunió con seis reclusos, incluyendo a Jesús Chávez, de 24 años de edad.

Chávez, quien fue encarcelado a la edad de 20 años por vender pastillas “ecstasy”, describió haber perdido todo al momento de su arresto, incluyendo su familia. Su madre y hermano añaden que ha sido doloroso bregar con la ausencia de Jesús. Tristemente, el caso de Jesús no es la excepción.

Un trato bipartidista reciente logrado por los líderes del Senado es prometedor. La legislación le daría a los presos que tengan buen comportamiento una oportunidad de que se les reduzca sus condenas, lo que a su vez reduciría el tiempo cumplido allí por ofensores narcos de poca monta. La Coalition for Public Safety es otra iniciativa bipartidista que procura hacer el sistema de justicia penal más justo creando normas que le provean a los ofensores reincidentes y a las comunidades de bajos ingresos mejores recursos, como más fondos para programas de rehabilitación.

Una verdadera reforma de nuestro sistema carcelario, sin embargo, también exige que cuestionemos cómo tratamos a los ofensores violentos que componen la mayoría de la población carcelaria. Demasiado frecuentemente los ofensores violentos son encerrados en prisiones de máxima seguridad con poca o ninguna interacción humana o, peor, sentenciados a muerte. El papa Francisco nos recuerda que aunque la responsabilidad debe ser puesta en los reclusos, una sociedad justa también tiene que participar en la rehabilitación. Él enfatiza que la

verdadera recuperación “beneficia y eleva la moral de la comunidad completa”.

¿Cómo podemos comenzar a tratar esta crisis? Es animador que ambos, demócratas y republicanos, reconozcan el problema. Pero algunas de las medidas propuestas no llegan tiene suficiente extensión. Necesitamos reflexionar más profundamente en el propósito de nuestras instituciones correccionales. La prisión Heidering en Berlín se enfoca en la redención de los presos en vez de en el castigo. Los alcaides allí en muchos casos son psicólogos que le proveen terapia a los reclusos. A los presos se les permite vestir su propia ropa, cocinar su propia comida y recibir visitas de parientes. Ellos reciben un sentido de independencia y de sí mismos. El énfasis, según Gero Meinen, director del ministerio de justicia de Berlín, está en ayudarles a prepararse para volver a entrar en sus comunidades.

También podemos asignar mejor los fondos gubernamentales. Actualmente Estados Unidos gasta $80,000 millones anualmente en mantener gente encarcelada. Seguramente algunos de estos fondos podrían se asignados a programas que ayuden a reintegrar a la sociedad los presos liberados. Actualmente la ley de reforma de bienestar de 1996 no permite que nadie que haya sido condenado por un delito mayor o un crimen relacionado con las drogas pueda recibir estampillas de alimento de fondos federales. No obstante, hay estudios que demuestran que proveerle a los reclusos liberados recursos como alimento y refugio reduce la tasa de reincidencia. También se puede asignar fondos para compañías que empleen expresidiarios. Hay investigaciones que muestran que solamente el 40 por ciento de los encuestados considerarían emplear expresidiarios que tengan antecedentes penales.

Finalmente, como cristianos, no podemos olvidar a los presos como si ya no fuesen parte de nuestra sociedad. El papa Francisco nos recuerda que debemos vernos a través de los ojos de aquellos que están tras las rejas y tenemos que ver a otros a través de los ojos de Cristo, añadiendo que tenemos que “crear oportunidades para los reclusos, para sus familias, para las autoridades correccionales y para la sociedad como un todo”.

Las opiniones y posturas presentadas en este o cualquier editorial invitado son las de la publicación individual y no necesariamente representan las del Catholic News Service ni de la Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos.