BROWNSVILLE, Texas (CNS) — Gustavo Rodríguez sabía que no podría estudiar matemáticas eternamente.
Las condiciones pobres en su pueblo en el estado mexicano Tamaulipas a principios de la década de 1980 simplemente no lo permitían. Así que en vez de procesar números con un lápiz y una libreta que su familia no podía costear, él decidió ahorrar centavos en otro lugar lejos de su hogar.
Y así comienza la historia una vida en el extranjero, donde los finales y los comienzos se unen al amanecer, al mediodía y al atardecer.
Ya para 1992, después de un puesto corto en la construcción haciendo cimientos en Houston, el hombre de 44 años de edad dijo en español que conoció a su esposa, Columba, más cerca al serpentino río Bravo en Brownsville. La pareja dependió de una gran dosis de la autodependencia de Texas cortando céspedes, limpiando casas y criando tres niñas.
Unos 21 años más tarde su hija mayor cursa el tercer año de estudios en University of Texas Rio Grande Valley, y su segunda hija, Alejandra, se gradúa de escuela secundaria en la academia St. Joseph, administrada por los marianistas.
“Mi papá ama la matemática”, dijo Alejandra describiendo el compromiso de su papá de ayudarla a terminar sus tareas escolares cuando era niña. “Y él siempre quiso ser maestro. Sin embargo, las circunstancias en que vivía no permitieron que eso sucediera”.
Para algunos comenzar una vida en Brownsville no es una verdad distinta a establecer un a tienda al otro lado de la frontera.
“Es probablemente una de las demografías más pobres en el país”, dijo el obispo Daniel E. Flores de Brownsville describiendo las oportunidades de empleo de la región. “Como alguien me dijo una vez, ‘aquí en el Valle del Río Grande uno tiene el Primer Mundo y el Tercer Mundo y estos podrían estar el uno al cruzar la calle del otro’. Las casas no están terminadas, se trabaja en los pisos de tierra (pero) solamente según lo permita el tiempo y el dinero”.
Según la Oficina de Censo de Estados Unidos, el ingreso promedio en el 2014 era de $32,288.
Pero en el recinto de la academia St. Joseph las disparidades económicas son difíciles de identificar. Alejandra se mezcla con sus compañeras de clase que escriben vía teléfono inteligente y visten uniformes.
“Puede que no tenga una Mac, pero tengo una computadora portátil”, ella dijo a Catholic News Service después de pasar una tarde de sábado en el zoológico con sus amigos. ” Y eso es más que lo que tiene otra gente. Mis padres son personas muy humildes. Ellos siempre han intentado proveerme lo mejor”.
“Uno asumiría que porque es una escuela católica privada todos son privilegiados”, dijo entre clases la maestra de Inglés y Literatura Avy Jaimes-Torres. “Y eso no es necesariamente siempre el caso. “Así que
es interesante saber que uno tiene chicos que tienen beca, uno tiene chicos que vienen desde México todos los días, uno tiene chicos que tienen demasiados privilegios, pero aun así sus familias nunca están presentes porque para poder proveer(les) … tienen ese tipo de ausencia”.
Para compensar la matrícula y los costos que pueden exceder $10,000, Alejandra se ganó su puesto manteniendo buenas calificaciones y siendo un buen ejemplo en la comunidad. Durante el último año de ella, el Montagne Project, programa para becados, y el Pena Family Scholarship Fund cubrieron todos sus gastos de salón de clases.
“Se trata de crear oportunidades y acceso para la personas”, dijo Michael Motyl, presidente de la academia St. Joseph. “Creo que cualquiera está capacitado de lograr grandes cosas sin importar dónde se crió o los recursos financieros de sus padres. De modo que para ayudar a que lls chicos y la familias se den cuenta de que ellos pueden hacer grandes cosa, y tener grandes oportunidades, a veces ellos solamente necesitan que algunas puertas se abran para ellos”.
Durante el año académico 2015-2016, dijo Motyl, el Montagne Project financió 19 estudiantes.
De vuelta a casa después de un largo sábado cortando yerba y limpiando casas, Gustavo y Columba tomaron un receso de cocinar la cena y ordenaron pizza de chorizo de Little Caesars.
Con sus tres hijas sentadas a su alrededor, ellos compartieron té dulce y risas sobre la vida universitaria
Un impreso de la Última Cena colgaba en la pared detrás de la mesa del comedor. “Seré tan feliz cuando vea a todas mis niñas realizadas”, dijo Gustavo en español. “Tengo la esperanza de que todas mis hijas logren sus metas, de modo que puedan ser alguien y no luchen como lo hicimos nosotros”.
Habiendo sido aceptada a la universidad de Texas en San Antonio, Alejandra reflexionó sobre la vida en el extranjero.
“Mi cultura es muy cercana a nuestros padres y mudarme es algo grande”, ella dijo. “Estoy un tanto nerviosa estar por mi cuenta, pero a la vez creo que es muy excitante ver cómo puedo ser independiente lejos de mis padres”.