La Exhortación Apostólica Ad Gentes es una obra dedicada específicamente a la evangelizar a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad, ya que la Iglesia existe para evangelizar.
Para el Papa Francisco, el decreto misionero que surgió en el Concilio Vaticano II donde es claro que la evangelización “no es la misión de sólo unos pocos, pero es la mía, la tuya y nuestra misión”, dijo Marissa Cornejo, durante los cursos de verano de formación ofrecidos por el Instituto para los Ministerios Pastorales de la Diócesis de Orange.
De hecho, el prefacio de Ad Gentes (Misión Evangelizadora de la Iglesia) establece que la Iglesia es enviada por Dios a la gente a ser “sacramento universal de salvación”. Y la Iglesia, impulsada por llamado radical a evangelizar, y haciendo eco a las Escritura, Marcos 16:16, se esfuerza por anunciar el Evangelio, misión Ad Gentes, a todos los pueblos.
Los Apóstoles mismos, mediante quienes está fundada nuestra fe, a quien Cristo envió a ser mensajeros del Reino de Dios. También predicaron la palabra del Señor para que prosiguiera su carrera y recibiera el honor merecido; como lo indica 2 Tesalonicenses 3:1. “La obligación de sus sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que la palabra de Dios sea difundida y glorificada”, que se anuncie y se establezca el Reino de Dios en toda la tierra.
Sin embargo, en la actualidad, la Iglesia –como madre, una madre que nos da vida en Cristo– y nosotros hijos estamos llamados con urgencia a evangelizar y salvar Ad Gentes. La expresión Ad Gentes (a todos los pueblos) indica, pues, una característica esencial de la misión que Jesús realizó y que quiso prolongar en la historia a través de su Iglesia.
Durante su taller, Marissa Cornejo, asistente del Programa de la Oficina de Misiones de la Diócesis de Orange dijo que, en la comprensión profunda de la Exhortación Apostólica, “ser misionero es ser Católico”.
Cornejo argumentó que quienes creemos en el Señor Jesús afirmamos que Él “es el enviado del Padre y mediante Su invitación llama a los que escuchan y ellos vienen a Él”. Jesús llamó a sus Doce discípulos y los envió: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creatura” (Marcos 16: 9-15).
Cornejo, quien tiene una maestría en Teología Pastoral de la Universidad Loyola Marymount, expresó que en los apóstoles Jesús continua Su misión y ellos fueron sus “enviados” (significado de la palabra griega Apostolos). “Como el Padre me envió a mí, también yo los envío” (Juan 20: 19-23).
“Todos estamos llamados a ser misioneros”, dijo. “Ser misionero no siempre significa ir a otras partes del mundo, sino también ser misioneros donde vivimos. Por lo tanto, para poder manifestar a otros que vivimos la Buena Nueva de que Dios, significa que incondicionalmente brindemos nuestro amor a ellos”.
Ella dejó abierta la posibilidad a que los asistentes al taller para que los alumnos discernieran cómo pueden cumplir cabalmente con el llamado a ser misioneros en la Iglesia; basado en “la praxis de la misión”.
Ser misioneros es la continuación de la misión de Cristo, indicó. Misión no sólo para los primeros apóstoles y sus sucesores, sino para toda la Iglesia que es apostólica. Y cuanto la Iglesia es “enviada” al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, intrínsecamente son parte de ese envío.
“La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también una vocación al apostolado. Su misión y la misión de todos los que somos sus hijos es la de evangelizar”, dijo Marissa Cornejo, quien profundizó que la misión de los laicos en la Iglesia “pertenece a la naturaleza misma de ser bautizado. La misión es más profunda que un simple avance al perímetro de la Iglesia. La Iglesia nos llama a ser el pueblo peregrino que sale a la periferia, no solo por compromiso, sino por nuestra vocación”.
Compartió, que en la exhortación apostólica “Evangeli Gaudium” (“El Anuncio del Evangelio”) del Papa Francisco, se nos invita a “un renovado encuentro personal con Jesús”, que es un encuentro con el amor de Dios (EG 3-8). En este encuentro cedemos a que Dios nos lleve más allá de nosotros mismos, y así alcanzar el culmen de la misión. El cual ocurre cuando la comunidad se involucra y encrna en la vida diaria de la gente; tato de palabra, como de obra (EG 24).
“Todos tenemos que trabajar para ser verdaderos misioneros católicos”, dijo. “Y parte de la praxis, de lo que es misión, es evaluar cómo lo vamos a hacer”.