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SERVIR A CRISTO Y A LA IGLESIA CON AMOR

‘‘LO IMPORTANTE ES ENCONTRAR A CRISTO EN LA EUCARISTÍA, SEGUIR Y SERVIR AL MAESTRO VERDADERAMENTE, TENER UNA RELACIÓN PERSONAL CON ÉL Y NO DESCUIDAR NUESTRA SALVACIÓN”, DICE EL PREDICADOR RAFAEL DÍAZ

By JORGE LUIS MACÍAS     4/8/2020

PARA AGRADAR A DIOS, primero debemos tener un encuentro con una persona: Jesucristo. Y, para poder seguir a Jesucristo y servirlo, se le tiene que conocer. 

En el amor a Cristo y el servicio es donde la iglesia otorga las herramientas a su pueblo para conocer, amar y servir a Cristo, dijo Díaz en una entrevista con OC Catholic. Estas son: La lectura asidua de las Sagradas Escrituras, la oración, una vida sacramental, de cumplimiento de los mandamientos de la Iglesia, además de las obras de misericordia, corporales y espirituales. 

“También, cada día del calendario litúrgico, en la vida de los santos, la Iglesia nos llama a experimentar el amor de Dios y a imitar las virtudes de nuestro señor Jesucristo”, dijo Díaz. 

La presentación de Díaz se dio en tiempos de la Cuaresma 2020. 

“Nos encontramos en tiempos donde estamos llamados al ayuno y la penitencia, a la orientación más profunda de nuestra vida hacia una conexión más sublime delante de Cristo y la Santísima Virgen María”. 

Nacido en Los Ángeles, Díaz, de 33 años, tuvo una juventud disipada. A los 14 años ya era un drogadicto y era pandillero. Sin embargo, una novia le invitó a un retiro espiritual donde el amor de Dios toco lo más profundo de su corazón y, a partir de aquella experiencia decidió servirle a Cristo en espíritu y verdad. 

Hizo vida en su vida la palabra de Dios, en 2 Co 5:15 “El murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó”. 

Y decidió seguirle y servir como Jeremías, hijo de Helcías, de una familia de sacerdotes que vivían en Anatot, en la tierra de Benjamín”, a pesar de que era muy joven. 

El mensaje de Dios era claro para él: «Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones.» Yo exclamé: «Ay, Señor, Yahvé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho!» Y Yahvé me contestó: «No me digas que eres un muchacho. Irás adondequiera que te envíe, y proclamarás todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte -palabra de Yahvé.» Jeremías 1: 5-8). 

Díaz dijo que, para poder cumplir la misión personal en la tierra, el seguimiento a Cristo es importante y comprometedor porque implica morir a uno mismo para poder seguirlo a la manera que él quiere, no a la manera que uno piensa. 

“La Biblia dice que a Jesús lo seguían multitudes para escuchar sus palabras y presenciar sus milagros, pero lo hacían para buscar el pan; lo hacían porque fuera un seguimiento por seguimiento de convicción”, dijo. 

En efecto, grandes multitudes de gente seguían a Jesús, como en el Sermón del Monte o durante dos multiplicaciones de los panes y los peces. 

En una de estas ocasiones, Mateo 15:35,36 expresa “Y mandando a la muchedumbre que se recostara en tierra, tomó los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió y se los dio a los discípulos, y éstos a su vez a la muchedumbre”. 

El seguimiento de Jesús no solamente requiere servicio, sino también seguimiento, cargar con la cruz propia. 

“Hoy no se le quiere seguir Cristo porque nadie quiere lidiar con las cargas y esa es una forma equivocada de servicio; no practicamos las obras de misericordia y se nos olvida que seremos juzgados por el amor al prójimo”. 

Añadió que la Palabra de Dios convoca al reto personal: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber. (Mateo 25: 35-45), pero no ayudamos al más pobre, al necesitado y queremos seguir a Jesús de una forma cómoda; eso me recuerda al Papa Francisco que nos invita a ser parte no de una iglesia tibia que termina por cumplir su propia voluntad y no la de Jesucristo”. 

Las palabras suenan fáciles al oído, agregó, pero el seguimiento y el servicio es difícil, porque ir a Cristo es decirle como el profeta Isaías, “Aquí me tienes, mándame a mí” (Isaías 6:8).