Durante este año de duración del Jubileo de la Misericordia, los Católicos reconocen el perdón y la misericordia infinita de Dios. Significativamente, el logotipo del Año de la Misericordia muestra a Jesús – la personificación de la Misericordia – llevar a un hombre perdido en sus hombros. Poniendo de relieve hasta qué punto nuestro Salvador nos toca, Sus ojos se funden con aquellos del hombre que Él lleva.
Al contemplar la infinita misericordia de Dios, resulta apropiado que la Parroquia Nuestra Señora Reina de los Ángeles (Our Lady Queen of Angels) se prepara para acoger un Foro sobre la Enfermedad Mental, el 28 de enero, en Newport Beach.
Aquellos de nosotros que sufrimos de alguna enfermedad mental – y cuyos seres amados viven con ellos – apreciamos la misericordia de Dios que nos sostiene, incluso hasta en el peor de los tiempos. El foro de esta semana promete una nueva visión de la enfermedad mental, el apoyo para los enfermos y sus familias, además de importantes recursos locales.
La enfermedad mental conserva su estigma. Al igual que el hombre perdido en el logotipo del Año de la Misericordia, los enfermos mentales sufren de desesperación. Como la mayoría de las personas con enfermedades mentales, he sufrido sin compartir mi dolor. Tenía miedo de perder mi carrera, amistades y familiares. Sin embargo, cuando medito en este Año de la Misericordia, reconozco que Jesús me lleva en mis horas más oscuras. Su misericordia hace posible que pueda continuar, cuando pienso que todo está perdido.
He sufrido de una gran depresión durante la mayor parte de mi vida adulta. Normalmente está bien controlada con terapia de conversación y antidepresivos; de vez en cuando pierdo un día o dos del trabajo porque no puedo funcionar. Rara vez, experimento la oscuridad tan profunda que la muerte pareciera un alivio bienvenido.
Tal fue el caso en el verano de 2013. Yo no había reconocido los signos, que deben haber estado viniendo lentamente, pero el sábado 5 de Julio, me quebranté por completo: no podía salir de la casa, comer, dormir o concentrarme. Nada me podía consolar. Durante semanas me sentí casi catatónica, mirando al vacío, mi tristeza era tan profunda que hasta la respiración era difícil. No podía imaginar alguna vez sentirme ‘normal’ otra vez.
Tuve suerte. Mi psiquiatra y mi marido se hicieron cargo y encontraron los antidepresivos y medicamentos que funcionaban contra la ansiedad. Vi a un psicoterapeuta durante cinco largas semanas de licencia por incapacidad. A través de la agonía escribí en mi diario y llamé en silencio por la ayuda de Dios. Él contestó, al principio débilmente y luego en voz más alta, Su presencia evidente en el amor paciente de mi marido, el apoyo de mis tres hijos, el cuidado de unos pocos amigos íntimos.
Me alegra saber que la sociedad avanza hacia la aceptación y el aliento de aquellos que sufrimos. Estoy orgullosa de que aquí en el condado de Orange la Iglesia está trabajando con los líderes de otras denominaciones y defensores para identificar y ayudar a las personas con enfermedades mentales. Rezo para que este Año Santo de la Misericordia le pida a todos los Católicos que extiendan el amor y la misericordia para con todos los que sufren.