SAN DIEGO (CNS) — Un grupo de estudiantes de la Universidad de San Diego pasaron recientemente sus vacaciones de primavera en México — pero no buscando diversión. Como participantes de un programa de pastoral universitaria católica de la escuela, los 15 pasaron en la frontera acompañando y aprendiendo de sus compañeros menos privilegiados.
“Utilizamos el lenguaje de la inmersión”, explicó Julia Campagna, agente de pastoral universitaria que estaba con dos coordinadores que acompañaron a los estudiantes del 1 al 7 de marzo.
Con un énfasis de acompañamiento y solidaridad, en lugar de servicio, el programa ofrece a los participantes una oportunidad para compartir con la gente en su vida diaria, con la esperanza de conocer a los rostros humanos detrás de los apasionados debates que dominan las noticias.
El objetivo, dijo Campagna es que “estas experiencias humanizadoras” lleven a “conversaciones más profundas” que a su vez “cambien los corazones y las percepciones”.
Durante la semana, los estudiantes tuvieron oportunidades de discusión de grupo y reflexión. Austin Gunderson, de 21 años, estaba entre los participantes de este año.
“Quería sentir el desafío … salir de mi zona de comodidad e intentar algo nuevo que de verdad resultó ser una experiencia asombrosa”, le dijo a The Southern Cross, el periódico de la Diócesis de San Diego.
A Kaia Hubbard, también de 21 años, la habían invitado unos amigos a un lugar turístico mexicano. En cambio, ella optó por participar en el programa de servicio.
“Sentí que esta era una oportunidad que en realidad no tendría en otro momento de mi vida… y algo que no quería dejar pasar por estar en unas vacaciones de primavera más tradicionales”, dijo Hubbard.
Durante gran parte de la semana, los estudiantes durmieron en aulas donde se dan clases del catecismo en la parroquia de San Eugenio de Mazenod, que dirigen los Oblatos Misioneros de María Inmaculada.
Pero por un periodo de 48 horas, fueron enviados de par en par a vivir en las casas de las familias de la parroquia y a unirse a ellas en lo que estuvieran haciendo, como ir a Misa o celebrar una reunión familiar.
Ante la perspectiva de vivir con una familia local, Gunderson dijo se sentía “un poco nervioso y tímido al principio”. Pero su ansiedad desapareció cuando se encontró desarrollando “una auténtica relación” con la familia.
“Llegó un momento en que en realidad me sentí como parte de su familia”, dijo, recordando una ocasión cuando le mostraron sus fotos de boda, “Me sentí como que, de alguna manera, pertenecía a la familia”.
Las familias mostraron lo que Hubbard describió como “hospitalidad radical”.
“Estas personas no nos conocían”, dijo. “Tenían una relación con USD, con la Pastoral Universitaria, pero nunca nos habían visto”.
Y sin embargo, dijo, abrieron sus hogares, dieron “comidas increíbles” y compartieron sus historias personales.
Los estudiantes también visitaron la Casa del Migrante, un albergue de los misioneros Scalabrinianos para hombres que han sido deportados o que están buscando asilo en los Estados Unidos. En dos ocasiones cenaron con los residentes, entre los cuales había un hombre que había hecho el viaje de Gana a Brasil, y, a través de los pantanos y las selvas de Centro América, y quien había llegado a Tijuana.
También interactuaron con los residentes del Albergue Las Memorias, un hospicio y albergue para adultos con VIH y Sida, y escucharon a una madre de la organización Mamas DREAMer, contar la historia de su deportación desde los Estados Unidos hace ocho años y el dolor de no poder ver a su hija.
Otros puntos incluyeron la visita a la oficina de Ollin Calli, una cooperativa que promueve derechos de trabajo para trabajadores de fábrica; el puerto de entrada de San Ysidro, uno de los pasos de frontera más frecuentados del mundo; y el Parque de la Amistad en Playas, una playa por la que pasa un muro fronterizo construido por los Estados Unidos.
Hubbard indicó que desde la playa se puede ver el Puente Coronado y el perfil urbano de San Diego. Describe la visita a la playa como uno de los momentos que “cambió algo, o prendió un foco” para ella.
“Pensé en todas las veces en que había pasado por el Puente Coronado, o había tenido un día agradable en la playa o algo así y en que ni siquiera me había dado cuenta de que había personas que vivían a 30 minutos al sur y que están experimentando cosas por las que yo nunca me había preocupado”, dijo.
Los estudiantes también pasaron una tarde con el grupo juvenil de la parroquia, reflexionando con ellos sobre el significado de la Cuaresma, uniéndose en adoración eucarística y aceptando su invitación a una celebración de toda la parroquia con comida y baile.
“Estas personas en los grupos juveniles estaban incluyéndonos y al mismo tiempo sacándonos de nuestras zonas de comodidad”, dijo Hubbard. “Muchos de nosotros no hablábamos español, así que esta era una buena manera de conectar de manera no verbal”.
El viaje terminó con una parada en la frontera del lado de los Estados Unidos, en Chicano Park, un barrio mexicoamericano de San Diego famoso por los murales que celebran su herencia cultural.
El tour de primavera es uno de los cuatro que patrocina el “Programa de Inmersión Romero” nombrado en honor a san Óscar Romero, el arzobispo salvadoreño que fue martirizado por su defensa de la justicia social. Los otros tres viajes son paseos de un día a Tijuana y programas de inmersión en el este de Los Ángeles y en el centro de San Diego.
Gunderson, que ha dirigido y participado en los paseos de un día a Tijuana, dijo que regresaba con una consciencia mayor y un mayor espíritu de generosidad.
“Una cosa es aprender sobre la inmigración y las políticas e incluso escuchar historias desde lejos”, añadió Hubbard, “y otra completamente distinta es encontrarse con personas, ver sus rostros e, incluso si no hablas el idioma perfectamente, apreciar la emoción en su estado puro”.