EL PUERICULTORIO PÉREZ ARANÍBAR fue para el padre Diego Cabrera Rojas su hogar, un pequeño cielo en la tierra donde experimentó la solidaridad del ser humano, el amor y la misericordia de Dios que le llevó a descubrir su vocación sacerdotal.
“En el puericultorio conocí a los misioneros de San Columbano; un hermano y una hermana irlandeses fueron los que marcaron mi vida”, dice el actual párroco de la iglesia San Hilario, en la ciudad de Pico Rivera, California. “Ellos convivían conmigo como si fueran mis hermanos”.
El padre Diego fue el último de siete hermanos y una media hermana. Su madre fue la penúltima esposa de su papá.
“Nací a los seis meses, en la cocina de mi casa”, narra. “En mi pueblo no había acceso a médicos ni hospitales”.
Su familia vivía en Camporredondo, un distrito en la provincia de Luya, cercana a la frontera con Ecuador. El pueblo se encuentra influenciado por una parte de la cordillera central de los Andes, donde destacan sus principales picos: Cunamia (que significa Cumbre de nieves) y Cóndor—Puñuna (Durmiente de cóndores).
“Por un lado está la selva y al otro lado, Cajamarca. En mi pueblo han sido redescubiertos varios sitios arqueológicos preincas como Kuélap -también conocido como el segundo Machu Pichu”-, dice el clérigo. “Es parte de la cultura Chachapoyas”. Se ubica a 3,000 metros sobre el nivel del mar y sus colosales murallas en las montañas debieron haberse construido en el siglo XI.
El padre Diego, de la Sociedad Misionera de San Columbano, cuenta que su madre falleció cuando él tenía tres años. Aunque tenía familia, fue llevado al orfanatorio Pérez Araníbar por su tía materna Aurora Jesús Rojas. Ella lo cuidada, pero no tenía los medios para alimentarlo.
En el puericultorio le dieron comida, vestido, educación y propinas. Cumplidos los 16 años le tocó salir de allí.
“Aquel lugar era como un paraíso”, recuerda. “Había gente buena que nos donaba propinas ‘.
Gracias a sus ahorros pudo comprar una cama, una mesa y sillas. Donde vivía. Pagaba 800 soles de renta. Él había guardado unos 8,700 soles (aproximadamente 270 dólares) y aprendió el oficio de impresor gráfico.
En aquel orfanatorio conoció a dos misioneros irlandeses de San Columbano.
Se preguntaba: “¿Por qué ellos teniendo todos los medios a su alcance llegaron a vivir entre nosotros? Se enfermaban de tifoidea y hepatitis; recuerdo al Padre Miguel Fitzgerald con su camisa parchada. ¿Qué les motivaba a ayudarnos?”.
“Convivían con nosotros como si fueran nuestros hermanos”, dice el sacerdote.
Al salir del puericultorio encontró un trabajo. Por ser menor de edad le pagaban la mitad de salario.
Pero a él no le interesa cuánto dinero le pagaran. Había salido del orfanatorio con mucha fortaleza espiritual, aunque no creía en Dios.
“A pesar de que cuando uno está allí no cree en Dios, yo sentí la presencia de ángeles que habían llegado a mi vida y que evitaron que yo cayera en el alcoholismo o robos”, dice. “A mí me educaron los clérigos de San Viator (discípulo y colaborador de san Justo, obispo de Lyon, Francia); ellos me dieron las pautas religiosas que nunca se me fueron de la cabeza”.
Así comprendió que, si no hubiese estado en ellos la voluntad de Dios, él no podría haber hecho nada.
Su creencia en Dios dio un vuelco cuando fue acusado de terrorismo. Él estudiaba psicología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima.
En la década de 1970, ser “Sanmarquino” era un “delito” porque sus estudiantes siempre están del lado de los pobres. El gobierno del dictador Francisco Morales Bermúdez, quien gobernó de facto el Perú entre 1975 y 1980 lo envió a prisión. Pero detrás de rejas también estaba el sacerdote francés Jean-Marie Mondet.
El padre Diego era parte del grupo de jóvenes Avanzada Cristiana, quienes lo invitaron a cantar. Él no quería, pero tanto le insistieron que se unió al grupo y terminó siendo parte del coro. Allí nació su vocación sacerdotal. A los 27 años fue ordenado.
El ejemplo del sacerdote Jean-Marie Mondet, del padre Miguel, una religiosa y otros jóvenes del barrio Mesa Redonda, en la parroquia Santa María del Carmen le enseñaron no solamente a vivir la Sagrada Misa, sino a entender el significado de la solidaridad.
Esa es la solidaridad que le mueve a él el corazón, en favor de los niños y abuelitos.
“Ellos han sido los extremos más olvidados en el Perú”, dice.
Desde Estados Unidos, el padre Diego y la comunidad peruana ayudan a la labor social y humanitaria del puericultorio Pérez Araníbar, donde actualmente se brinda atención integral a 250 menores que oscilan entre las edades de 0 a 17 años, 11 meses y 31 días.