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EL DISCÍPULO SE GOZA EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR

“LA ÚNICA FUNCIÓN DE UN DISCÍPULO ES SER PARA DIOS, HACER LAS COSAS PARA DIOS Y CONOCER A DIOS; ES COMO SU ENTRADA A LA TIERRA PROMETIDA DE DIOS”, AFIRMA EL TEÓLOGO CARLOS OBANDO

By JORGE LUIS MACÍAS     10/14/2020

La gente tuvo crisis cuando cerraron las iglesias a causa de la pandemia del coronavirus y San Pablo dice que somos templo del Espíritu (1 Corintios 3:16). Por ello, “uno no debe sentirse abandonado, porque el gran gozo es estar a solas con el Señor”, afirma el teólogo de origen costarricense, Carlos Obando, instructor en el Centro de Religión y Espiritualidad de la Universidad Loyola Marymount. 

“Los “anawin” (un vocablo hebreo que significa “los pobres de Yahvé…” son quienes se “abandonan” en Dios, lo cual no es un sinónimo de los pobres que no tienen nada, sino los pobres de Dios”, dijo el maestro Obando. “Son hombres y mujeres justos, en el sentido bíblico; son aquellos que están con Dios y el único tesoro de los anawines es el Señor”. 

Obando hace un llamado a los católicos para que, en tiempos de la pandemia del coronavirus, los católicos creen espacios de soledad que agraden a Dios; aquellos momentos que llenen el corazón en un lugar donde el alma se encuentre solitaria, a la intemperie, abandonándose y agarrándose de la misericordia del Señor. 

Aunque cueste, invita a la gente a realizar un retiro de silencio en su propia casa, a sentarse en el patio, en el jardín, en el pasto y admirar una flor, el cielo, las estrellas, etc. y darse cuenta de la grandeza de la creación de Dios, porque en el silencio con Dios el hombre encontrará todo lo que busca. 

“El Dios que conocemos es un Dios dinámico, en constante acción, está cambiando nuestra vida, y tenemos que descubrirlo en el silencio” añade. “Tenemos que callar completamente, y ser hombres y mujeres de oración constante…es ahí donde debes callar; yo me he sentido cansado y abandonado; el algún momento de la vida tuve que pasar por alguna crisis espiritual y emocional, y orar en el silencio me ha consolado muchísimo, porque llegas a una etapa de la vida donde, si antes eras amado o respetado, te conviertes luego en sombra, y en esa oscuridad encuentras la luz del Espíritu Santo y sabes que eres amado por un Dios que te levanta”. 

Ese es el proceso de pasar de ser creyentes a discípulos: el servidor se mueve, porque si no hace algo se siente intranquilo, mientras que el discípulo se goza en la presencia del Señor, como en el pasaje de María y su hermana Marta: “Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lucas 10:41-42). 

“Ser discípulo es una invitación más a la profundidad; no es que escuchar sea mejor que hacer, sino que, en las enseñanzas de Jesús, él insiste en que escuchar sin actuar es inútil”, dice. “Jesús, con una fineza pura reprueba a Marta por estar demasiado ocupada y distraída con demasiadas cosas, pero está en riesgo de perder lo más importante que es escuchar al Amado”. 

Pero la historia que sobresale siempre es la del discípulo amado, aquel que siempre se lo observa recostando su cabeza en el hombro del Señor. 

“Este desierto le llamaría descanso en el Señor, porque nos invita a descansar en él y el evangelista Mateo lo afirma magistralmente: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré” (Mt. 11:28), dijo el conferencista. “El creyente es bueno, practica todas las normas y leyes que tenemos dentro de la Iglesia Católica, pero al final su única función como discípulo es ser para Dios, hacer las cosas para Dios y conocer a Dios; es como su entrada a la Tierra Prometida de Dios”.