Cuando escribí mi primera columna en este espacio (fui asignada como editora hace casi un año), fui sincera sobre el hecho de que tengo más preguntas que respuestas cuando se trata de mi fe. Soy una Católica confirmada y comprometida, pero, posiblemente como muchos de ustedes, hay momentos en que cuestiono aspectos del misterio de la fe. Una serie de historias en OC Catholic han sido resultado de mi necesidad de encontrar respuestas a mis muchas preguntas. Usted puede encontrar en línea en www.occatholic.com una lista de historias incluyendo: “El cielo nos ayuda” (“Heaven help us”), que explora si el cielo es real y “El beneficio de la duda” (“The benefit of the doubt”), que aborda por qué la duda es una buena cosa y de hecho nos acerca a Dios. (Encontré consuelo en esa historia)
Habiendo compartido este antecedente con ustedes, comparto ahora un momento personal que tuve el pasado fin de semana. Me desperté el domingo por la mañana sintiéndome obligada a visitar la tumba de mi padre. Desde su partida hace dos años he visitado el cementerio muchas veces, pero siempre con la familia. Quería ir sola esta vez para sentarme y contemplar. Empaqué mi silla, un paraguas, una botella de agua, un rosario y algunas pequeñas cosas que quería dejar en su tumba, cosas que recordaba, como una ramita de hojas de menta de nuestro jardín (él solía cortar una hoja de menta y ponérsela detrás de su oreja como su propio padre solía hacerlo. No sé por qué, aunque creo que quizás era alguna costumbre italiana). También incluí una hoja de nuestra higuera, que ahora está reluciente con el nuevo follaje como los amaneceres de la primavera. El árbol fue injertado de la higuera de mi abuelo paterno y plantado en el patio delantero de la casa de mi abuelo.
Llegué a la tumba de mi padre, instalé mi pequeño campamento y me senté …. Y luego lloré como una bebé casi por una hora. Lo extraño tanto. Y entonces las preguntas comenzaron a burbujear entre mis lágrimas. ¿Dónde está ahora? ¿Lo volveré a ver alguna vez? ¿Es verdad la promesa de vida eterna? Y me preguntaba: ¿cómo puedo seguir haciendo estas preguntas? Digo el Credo cada semana en la misa, profesando que creo en la resurrección y la vida eterna. Lo hago. Pero…
Sería mucho más fácil si hubiera una prueba, una prueba tangible para nosotros los seres humanos que estaremos entrando en la eternidad si hemos vivido una vida digna de ella. Supongo que sería demasiado fácil. Si pudiera entenderlo, ¿viviría mi vida de manera diferente?
Entonces empecé a pensar en los mayores dones de esta vida: matrimonio e hijos. Cuando comprometes tu vida a tu cónyuge durante una ceremonia matrimonial no tienes certeza de lo que está por delante. ¿Vivirás en la felicidad o soportarás una relación difícil? Para algunos, terminará en divorcio. Cuando descubres que tienes la bendición de estar esperando a un niño, no tienes ni idea de lo que traerá el futuro. ¿Tu bebé estará sano? ¿Tu hijo crecerá para convertirse en un adulto cariñoso y compasivo? Nadie lo sabe, pero nos lanzamos adelante con esperanza.
Cada año, la Pascua nos recuerda que se nos promete la vida eterna. Y esa promesa viene de Dios mismo. Si hay un lugar donde colocar la propia fe, debe estar aquí. Mientras esperamos la llegada de Pascua y la historia de la resurrección repetida en la Misa, espero que encuentres consuelo, alivio, esperanza … y fe.