A un que no ha terminado la crisis de salud por la pandemia de COVID-19, la evangelización virtual y el ofrecimiento espiritual de los hijos de Dios en la Diócesis de Orange no se ha detenido.
Para el que ama no existe la muerte”, dijo Sulpicio Galeana, un técnico de irrigación que es parte del grupo carismático “Semilla Nueva” en la parroquia Inmaculado Corazón de María, en Santa Ana.
Galeana, de 32 años y originario de Michoacán, México, disertó recientemente sobre la frase del místico español y doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz: “Al atar decer de la vida seremos examinados en el amor”.
Después de dar gracias a Dios Padre, alabarlo, bendecirlo e invocar la presencia del Espíritu Santo, el predicado r acudió al Salmo 93: “Reina el Señor, vestido de grandeza… Nada hay más seguro que tus palabras, tu casa es el lugar de la santidad…”, porque el pueblo creyente se había reunido de nuevo.
En medio de la necesidad y la enfermedad pidió piedad a Dios para cada ser humano y que encendiera el fuego de su amor en todos los fieles y que su Palabra se escuchara en todo el mundo y penetrara los corazones de su rebaño.
“Espíritu de Dios llena mi vida, llena mi alma, llena mi ser. Y lléname, lléname, con tu presencia lléname, lléname con tu poder, Lléname, lléname con tu amor”, cantó junto con el coro.
“Dios es inmenso y yo, un menso”
“Dios es inmenso y yo un menso”, dijo el predicador, quien aclaró que el signifi cado de la palabra “menso” no necesari-amente tiene una connotación negativa, sino que se refiere a que la capacidad de Dios es ilimitada e infinita, pero la del ser humano es limitada y finita.
Reconocer las limitaciones propias, dijo, es esencial, porque de esa manera se reconoce la necesidad de Él, “porque sin Cristo no podemos seguir caminando, desfallecemos y caemos en el pecado”.
“Debemos reconocer que somos tan limitados como ese hijo que espera la protección de su madre o de su padre, cuando le cuidan y lo alimentan, pero al mismo tiempo debemos pedirle a Dios su protección y que nos provea lo necesario para vivir conforme a su voluntad, amándonos los unos a los otros”, expresó Galeana.
Hizo un llamado a la reflexión sobre la forma en que se vivió 2020, respecto a la manera de hacer la voluntad de Dios en medio de la pandemia o de las deudas espirituales contraídas a causa del pecado cometido contra Dios o el prójimo
.“¿Con cuantas deudas llegué al 2021?”, cuestionó. “Si tenemos deudas hay que pagarlas yendo al Sacramento de la Reconciliación y pedirle perdón, primero a Dios, y después a los her-manos, o si también si no hicimos el bien que podríamos haber hecho y nos quedamos con esa deuda”.
Manifestó que, en su caminar hacia Dios conoció a alguien a quien le preguntaba ¿Cómo estás? Y su respuesta era: “Mejor que ayer, pero no mejor que mañana”.
Sulpicio no entendía esas palabras porque su capacidad era limitada, pero al reflexionar supo lo que le querían decir.
“Voy al cielo hacia mi amado Jesús; el día de ayer ya pasó y estoy un día más cerca de Dios; por eso estoy mejor que ayer, pero no mejor que mañan a cuando estaré más cerca de Dios que nos ilumina, porque cada día camino a ese encuentro”, subrayó. ¿A cuántos no llamó Dios a causa del virus u otra s enfermedades?… Dios llamó a millones a su presencia, y cada día estamos más cerca de Él”.
Sabedor que en la vida hay sufrimientos, enfermedades, pobreza, injusticias y pecado, afirmó que la fe es la que da la seguridad de que todo pasará y cada día se es mejor, y cada día el ser humano se acerca más para llegar al encuentro con Dios.
Afirmó que, sin importar lo difícil que haya sido el año 2020, ese tiempo debe considerarse una bendición, a pesar de todas las pérdidas temporales de quienes ya gozan de la presencia de Dios, a quien amaremos con Jesucristo por toda la eternidad, “porque para el que ama la muerte no existe”.
De hecho, Sulpicio Galeana estuvo a punto de perder a sus amados padres, a dos hermanas y una sobrina.
Su padre Ramiro fue detectado con llagas en los pulmones; su madre Mariana Mendoza luchaba contra la diabetes y presión arterial y su hermana Ana María tenía bajas las plaquetas durante un embarazo de alto riesgo. Su hija nació por cesárea, y aunque ambas y acían entre la vida y la muerte, sobre vivieron.
“Dios me dio la capacidad de amarlos y hacer por ellos todo lo que estaba al alcance de mis manos, que fue la oración y entregarle a Él todo para que ellos vivieran con paz, alegría y gozo, y sin deudas con Dios”, recordó el predicador. “Ellos estaban al amparo de Dios y Él velaba por mis familiares, porque si bien todos le amamos, recordemos las palabras de aquel santo, San Juan de la Cruz: “Al atar decer de la vida seremos juzgados en el amor”.