“… ¿Y quién es mi prójimo? Jesús le dijo: “un hombre bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en mano de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo…Pero un samaritano se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó…Ve tú, y haz lo mismo…” (Lucas 10: 25-37).
La parábola del Buen Samaritano fue descrita por el Obispo de la Diócesis de San Bernardino, Gerald Barnes, como un mensaje central y análisis de la afectividad humana y divina, el 25 de febrero durante la Misa por los Inmigrantes, Exiliados y Refugiados, durante el Congreso de Educación Religiosa 2017.
“Todos hemos visto las noticias o sabemos de gente que han huido de la violencia, persecución, la guerra y la pobreza, y cruza través de El Salvador, Guatemala, México; sufren por el frío o el calor del sol en el desierto de México, Arizona o Texas” dijo Barnes. “Tenemos que ayudar a estas víctimas y hermanos; hay que escuchar sus gritos de auxilio”.
En su meditación del Evangelio, expuso que dos personas se fueron sin ayudar al joven herido porque también tenían miedo o porque igualmente los golpearía o los robaría. Por eso es que no le brindaron ningún apoyo.
Otros dirían que estaba muerto y que la ley les prohibía acercarse a un muerto. Y no lo hicieron a causa de la ley.
“Nosotros no sabemos por qué no le dieron ayuda y se hicieron como ciegos o sordos a los gritos de esta víctima”, dijo el obispo. “Se quedaron como paralizados”.
“¿Qué hacemos mis hermanos cuando escuchamos los gritos y vemos que algunos hermanos están solos, con mucho miedo?”, cuestionó. “¿Qué hacemos por los abandonados por los coyotes que los traen? Son niños, padres y madres de familia, ancianitos. ¿Por qué no les ayudamos y no nos detenemos a ayudarles?”.
“¿Por la ley? Que la ley lo prohíbe… entonces hay que cambiar esa ley”, añadió. “¿Por qué yo no le ayudo? Por el miedo que tengo. ¿Porque me he hecho sordo? ¿Por qué me he hecho ciego a las necesidades de mis hermanos inmigrantes?”.
Con voz entrecortada, dijo que como Obispo de la Diócesis de San Bernardino ha llegado a sentirse impotente ante la realidad que vive el pueblo inmigrante.
“He escuchado esos llantos; he visto el sufrimiento de los inmigrantes que vienen a mi país. ¿Cómo enfrentarse a la actitud racista que existe en mi país?”, dijo el Obispo Barnes. “Es la falta de compasión de mis hermanos en este país”.
De esa frialdad que existe al no tener compasión: “¿Yo, qué puedo hacer?”, se preguntó y recalcó que ha tratado de hablar con los congresistas para que entiendan el sufrimiento de sus hermanos.
“He ayudado a quienes defienden sus derechos [de los inmigrantes]; he compartido alguna caridad con ellos, pero eso, aún me parece tan poco ante una situación tan grande, urgente y traumática para miles de almas”.
“Confieso que a veces no se pudo hacer nada más que ofrecerles mi llanto, mis lágrimas. Eso es todo que a veces he podido hacer”, expresó en un tono melancólico. “No sé qué hacer, pero sí tengo esperanza. Yo sé que tengo que seguir adelante, ofreciendo y abriendo los caminos donde tengo que actuar como obispo, pero a veces me siento impotente que no puedo hacer más”.
El Obispo Barnes, aclaró, empero que tiene que seguir pidiéndole al Señor la fortaleza para seguir adelante, para no perder la esperanza y que ello no lo haga indiferente al sufrimiento de los inmigrantes y refugiados.
“Tengo que hacer algo para recibir la ayuda del Señor en esta situación tan urgente, pero no lo puedo hacer sin la ayuda de Él”, aseguró. “Le pido al Señor esa fuerza del Espíritu Santo, y que ayude a mis hermanos Obispos que trabajan mucho en la misma situación”.
Al final, Barnes y los miles de fieles cantaron al unísono “Una Día a la Vez”:
“Necesitado, me encuentro Señor,
ayúdame a ver yo quiero saber, lo que debo hacer,
Muestra el camino que debo seguir,
Señor por mi bien, yo quiero vivir un día a la vez.
Un día a la vez, Dios mío, es lo que pido de ti.
Dame la fuerza para vivir un día a la vez.
Ayer ya pasó, Dios mío, mañana, quizás no vendrá.
Ayúdame hoy yo quiero vivir un día a la vez.
Tú ya viviste, entre los hombres,
Tú sabes mi Dios que hoy está peor, es mucho el dolor.
Hay mucho egoismo, y mucha maldad.
Señor por mi bien, yo quiero vivir un día a la vez”.