“Dios mío, si me das la oportunidad de salir libre, ya no seré menso y nunca más tendré una pistola en mis manos”, fue la oración de súplica de Alejandro “Alex” Carpio.
A los 20 años de edad enfrentaba una probable sentencia de 16 años en la cárcel. Había golpeado salvajemente a un miembro de su propia pandilla y la policía lo buscaba.
Fue reconocido durante una persecución policiaca. En el automóvil de su novia le confiscaron una pistola semiautomática, drogas y dinero en efectivo.
“Llévame”, le dijo a la policía. “Ya estoy cansado de la vida… todos mis amigos han muerto a causa de la pandilla”.
Frente a un juez, pidió una opción de cambiar de vida para siempre. Despues de siete meses de encierro, logró convencer al juez de liberarlo.
En 2007 se encontró con el Padre Gregory Boyle, fundador de “Homeboy Industries”, una organización de Los Ángeles, creada para poner fin a la violencia y promover la paz.
La organización fue el catalizador para el cambio de Alejandro. Una alternativa positiva para evitar la participación en pandillas y comportamiento destructivo.
“Por 20 años viví en una mentira”, dice “Alex”, ahora de 41 años. “El Padre Gregory me contrató como motivador”.
¿Y qué es motivador?, preguntó él. “Solamente tienes que dar tu testimonio de vida a otros jóvenes”, fue la respuesta del sacerdote.
Alejandro tuvo que dejar todas sus adicciones: alcohol, drogas, violencia, y obtener un salario de $8.00 la hora. Nada, en comparación con los miles de dólares que obtenía por la venta de drogas.
Sin embargo, se llenó de paciencia y, de hecho, logró influir en la vida de 13 individuos que se alejaron de las pandillas.
Certificado como consejero antipandillas, pero ciego y apoyado con un bastón, aprendió el lenguaje Braille para invidentes, a leer, escribir y usar una computadora.
ciego y parapléjico
Su vida había cambiado para siempre. Y más desde aquel trágico 8 de octubre de 1994.
Como arquitecto de su propio destino, recuerda vívidamente cómo un pandillero rival le asestó tres balazos durante una discusión: uno en la cabeza; otro en el cuello y uno más en el brazo.
Él estaba lleno de odio. Sólo quería matar a quien le había arrebatado la vida a uno de sus amigos. Todo sucedió frente a la Iglesia St. Anthony, en la ciudad de San Gabriel.
Desde adentro de una camioneta, uno de sus rivales le disparó tres veces.
“Downer” (listo para lo que sea) tienes sangre en la cabeza”, le dijo alguien. Alejandro fue a parar a un hospital, conectado a un respirador artificial y debatiéndose entre la vida y la muerte. Había salvado la vida.
Pero aun con una bala alojada en su hombro, aquel joven continuó por otros 13 años más en el oscuro mundo del tráfico de drogas y peleas callejeras, encerrado en centros juveniles, campos de reformación y cárceles.
milagro y redención
Fue en 2013, justo frente a la Iglesia de St. Anthony donde comenzó su conversión hacia Dios, luego de una plática a jóvenes.
“Hijo, escuché que nunca has hecho tu Primera Comunión y que no sabes si te bautizaron”, le comentó al final el Padre Austin Doran.
“No lo sé”, respondió. “No sé si tengo padrino o madrina. Yo le dije, ‘Padre, enséñame a conocer a Cristo’”.
Alejandro era la única persona ciega de la clase. Pero no comprendía que aquella persona llamada Jesús hubiera condenada a muerte en la cruz, sabiendo que él no había hecho ningún mal.
“Todas las cicatrices de mi cuerpo fueron provocadas por mi propia pandilla”, dijo Alex. “En mi cabeza tengo una corona de fierro, y Jesús tuvo una de espinas; él no hizo nada malo y lo mataron, y yo que me llené las manos de sangre inocente no me mataron… pero yo quería vivir el milagro de Cristo con mi propia redención”.
“Padre Austin, ¿Quiere ser Usted mi padrino?
El sacerdote aceptó y Alejandro recibió en 2013 los Sacramentos del Bautismo, Primera Comunión y Confirmación.
“Dios cambió mi odio por amor”, afirma Alex. “Ahora sé lo que es tocar a las puertas de Cristo, y si él pudo perdonar a sus enemigos, ¿Por qué yo no?”.
Ahora, Alejandro reconoce que el único amigo que tiene es Cristo, que camina siempre a su lado.
“Alejandro murió y nació de nuevo”, resaltó el Padre Austin Doran. “Hoy vive en el Espíritu Santo, en su servicio a la comunidad y está creciendo en la sabiduría de conocer a Cristo…es un testimonio vivo de la Misericordia de Dios”.