“Llena tu copa y déjame sentir lo infinito de tu amor. Deja que tu amor juegue con mi voz y descanse en mi silencio. Deja que tu amor brille como las estrellas en la oscuridad de mi sueño e ilumine mi despertar”, dice una de las estrofas de “He venido a ti”, del poeta bengalí Rabindranath Tagore.
La citó el sacerdote español José Román Flecha Andrés, Doctor en Teología Moral, durante su conferencia “Ungidos por el Espíritu Santo para llevar la buena nueva”, en el XXXII Encuentro Interdiocesano 2018 “Misioneros del Evangelio” de la Asociación Jóvenes para Cristo/Young Adults for Christ (AJPC/YAFC), celebrada en agosto en el Centro de Convenciones de Ontario.
Allí, destacó que la fe no nace de ideas, sino de un encuentro con Cristo, y que, por ser ungidos en el bautismo con el Espíritu Santo, todos los cristianos tienen el compromiso de llevar la Buena Nueva a las nuevas generaciones de católicos.
Dijo que, si bien unción significa untar con aceite, en el Antiguo Testamento se recuerda cómo, a pesar de haber sido consagrado, el rey Saúl no fue fiel al proyecto de Dios.
Posteriormente, Dios envió al profeta Samuel a la casa de Jesé para bendecir con aceite a David, y el Espíritu del Señor vino con gran poder sobre él, a partir de ese día (1 Samuel: 16-13).
“En el Antiguo Testamento tenemos personas ungidas para ser elegidas que son signos de Dios”, dijo el padre Flecha. “Pero hay otros que son llamados por Dios para ser miembros de Jesucristo, sacerdote, profeta y rey; Cristo es el ungido principal no con aceite, sino con el Espíritu Santo, no con ramas de oliva, palma o girasoles, sino con el Espíritu Santo”.
Sin embargo, preguntó ¿Cuál es la misión de Cristo, el ungido de Dios?
“Ungido significa haber sido enviado”, expresó. “Y, si nosotros en el Bautismo hemos sido ungidos en el Señor, hemos sido elegidos por la Iglesia, la misma Iglesia elegida por Dios; lo que nos falta es bajar a esa profundidad porque hemos sido llamados en el seno de una comunidad y en esta comunidad debemos transmitir nuestra fe. En la Iglesia hemos de parir a la nueva generación de cristianos y transmitirles la fe recibida”.
“¡Ustedes son Jóvenes para Cristo elegidos por Dios!”, exclamó.
El sacerdote, catedrático de Teología Moral y especializado en Bioética reveló que, al parecer, a él Dios lo había elegido para ser sacerdote desde el vientre de su madre, cuando le profetizaron: “Vas a tener un hijo y será sacerdote”.
Expuso que en el llamado de Dios al profeta Isaías: «¡Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, Yahvé de los Ejércitos!» … (Isaías 6: 1-13), “los católicos hemos sembrado el pecado para luego ofrecer solución e Isaías descubre primero a Dios en lo alto y se da cuenta que vivimos en lo alto con él hasta que fallamos”.
“Isaías descubre sus miserias y la experiencia de Dios lo lleva a descubrir a un serafín que ha tocado sus labios, y perdona su falta y su pecado.
“Pero el pecado no es un acto de autoafirmación sino el fracaso de la existencia, y eso deben decírselo a sus hijos que se llaman increyentes”, dijo. “Porque Dios llama a todos, hemos sido purificados y enviados por Dios, y no para que te veas en el espejo y te digas soy el más puro del movimiento”.
E hizo la invitación para cuestionarse personalmente ¿de verdad soy consciente que Dios me ha escogido? o ¿he caído en la indiferencia como si fuera un número más?
“Él nos ha elegido, ungido y purificado, porque la elección implica una misión”, aseveró. “Hemos sido elegidos entre el pueblo para ser enviados al pueblo, en medio de la gracia que nos capacita con dones, carismas, estudio, preparación, etc., es decir, el santo de Israel nos saca de Egipto [la esclavitud a causa del pecado] para llevarnos a la tierra prometida”.
Por ello, argumentó que Cristo es el ungido de Dios “y el que nos unge a nosotros con su nombre, y su nombre es el aceite que nos alimenta con el alimento divino que el ángel ofreció al profeta Elías (1 Reyes 19: 1-8)”, es decir, un alimento capaz de regenerar al hombre, un claro antecedente de lo que será la Eucaristía en el Nuevo Testamento.
Y animó a todos: “Jóvenes para Cristo, ungidos para llevar la buena nueva, recuerden lo que él dijo: “Yo soy el pan que da la vida eterna” (Juan 6:35).