CIUDAD DE MEXICO (CNS) — En la ciudad de México, un camión haciendo ruido en la calle o una alarma de un coche hace que la gente se sobresalte. Después de que el país sufrió tres terremotos, los mexicanos no sólo tratan con pérdidas humanas y materiales, pero también con una ansiedad generalizada.
“Hay un estrés tremendo… Los psicólogos dicen que por ahora, solo estamos rascando la superficie”, dice Enrique Reyes Esqueda, recepcionista en el centro de hospitalidad y servicio de Caritas Internacionalis de México, el organismo caritativo de la iglesia, en el barrio de Tepepan. Terapeutas y psicólogos de organizaciones católicas tratan la angustia de la gente tan pronto como pueden para prevenir que el trastorno de estrés postraumático continúe afectando sus vidas.
“La fe permite abrir puertas a la ayuda psicológica”, dijo por teléfono a CNS, Óscar Calvo Luna, un psicólogo que trabaja en el centro en Tepepan. “Las personas se abren más fácilmente y tienen más confianza con nosotros porque trabajamos con parroquias. La creencia es un puente entre ellos y nosotros, y complementa el trabajo terapéutico”, añadió.
Aunque los tabúes sociales en torno a la terapia son fuertes, los servicios psicológicos en la sucursal de Caritas en Tepepan reciben de un 50 a un 70 por ciento más personas desde que ocurrieron los terremotos. “La mitad de nuestros pacientes nuevos son voluntarios que están sufriendo de agotamiento”, dice Calvo. Los voluntarios han sido testigos de primera mano de las ruinas y de las personas que han perdido sus hogares o a familiares. La otra mitad son personas que han estado agobiados y emocionalmente paralizados por el terremoto.
Uno de los colegas de Calvo, Nelly Luna, cree firmemente que hablar sobre la fe durante la terapia es esencial, puesto que la espiritualidad es parte del desarrollo humano. La fe de la gente se fortalece o se debilita. “Y hay otras personas que pueden estar en un estado de negación. A esas personas hay que darles una mayor contención porque es prácticamente es un proceso de duelo. Perder la fe crea una angustia adicional”, agregó.
Ana María Saucedo, psicóloga en el centro médico de la Basílica de nuestra Señora de Guadalupe, también ve un vínculo inquebrantable entre la fe y la psicología, como Dios entiende las emociones de la gente porque Dios mismo se hizo humano, dice.
“Somos personas y como personas, pues vivimos una serie de cosas que no podemos evitar. Y el lado humano de Dios ha también vivido lo mismo que nosotros”, explica Saucedo.
La mayoría de sobrevivientes sufren por extremos sentimientos de culpa o de ansiedad. “Uno se pregunta muchos por qués. Por qué no pude ayudar, por qué no hice esto, por qué yo no perdí a mi casa pero mi vecino sí, por qué yo vivo y otros murieron. Hubiera sido mejor yo que los niños que murieron…Personas sufren de culpa y exceso de empatía para las víctimas, lo que les impide seguir adelante con sus vidas”.
“La culpa es como un rencor. El rencor es como un carbón caliente que uno tiene en la mano sin querer soltarlo.” dice Reyes. “Nuestro espíritu es herido por un lío interno de pensamientos negativos, necesitamos saber que somos amados por Dios y por nuestro prójimo.”
Saucedo, explica que los sobrevivientes aprenden a ayudar y ser ayudados por Dios y por otras personas. En lugar de ver el desastre natural como un castigo de un Dios distante, muchos sobrevivientes explican cómo se sentían abrazados por Dios y fortalecidos por él para asistir a otros. Sin embargo, la ansiedad con respecto a la violencia rampante de México también ha aumentado desde los terremotos.