LA FE DE VALERIE ORTIZ nació desde que era una niña. Su madre, María Agripina y su abuela, Alicia Álvarez, siempre la vestían como el ángel de la Navidad.
“Mi abuelita siempre nos enseñó a orar,” dice la joven de 24 años, quien viajará a México para unirse a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. La congregación religiosa fue fundada el 23 de agosto de 1945, en Cuernavaca, México, por la madre María Inés Teresa Arias, teniendo como lema “Él debe reinar.”
“Yo siempre era el ángel de las posadas, mi prima Alexa era la virgen y mis primos los pastorcitos,” recuerda. “Eran los tiempos de las posadas.” A ella no le gustaba llamar la atención.
Valerie tenía seis años cuando falleció su abuelita, pero la semilla de la oración y del amor germinó en su corazón.
Nacida en la ciudad de Orange, la hija de María Agripina y Jesús Ortiz -originarios de la Ciudad de México- sirvió como monaguilla -desde los 8 a los 17 años – en la parroquia de la Sagrada Familia.
“Rezaba junto con mi mamá y sabía que teníamos que ir a la misa los domingos, pero no creo que tuviera una relación directa con Dios. ¡Y menos en la preparatoria!,” dijo.
Sin embargo, Valerie tenía amigos que se entregaban realmente a la oración. Uno de ellos, Rodrigo Corona le contaba todo lo que hacían en el grupo de jóvenes de la parroquia La Purísima, en Orange.
Conoció a la coordinadora, Valeria y dijo ‘¡De aquí soy!’.
Fue en ese grupo donde realmente creció la fe de Valerie y su amor por el servicio.
“Empecé a visitar al Santísimo y sentí el deseo de ofrendar mi vida, a la vida religiosa,” relata. “Sentí bonito, pero en verdad no entendía esos sentimientos, pero lo acepté con todo mi corazón.”
Al regresar a casa, le contó la experiencia a su madre, quien empezó a llorar.
“Está bien, si así lo quiere Dios, así será,” fueron las palabras de su madre.
Valerie no supo qué hacer. Llegó la pandemia y se cortó la relación con Dios. Dejó de ir a misa. Ya no rezaba y aquella experiencia mística no la dejaba en paz.
Aquel deseo le molestaba.
“¿Qué es esa idea de darle mi vida a Dios?,” se preguntó. “Ya no quería, y traté con todas mis fuerzas para no pensar en eso. Evitarlo era una lucha. Estaba luchando contra Dios porque yo quería hacer mi vida,” cuenta Valerie. “Quería casarme, tener mis hijos y hacer una carrera… pero siempre andaba incómoda, indecisa en lo que quería hacer, pero también sabía que no quería decirle sí a Dios.”
Las dudas de Valerie se acabaron después de haberse graduado de la preparatoria.
“Estuve llevando una lucha por tres o cuatro años y ganó Dios. Estuve luchando contra el llamado y me cansé de luchar,” reconoce. “Uno no puede contra Dios. Él no se va a dejar ganar, y, al final, Él obtiene lo que quiere de nosotros.”
Valerie se dio cuenta que las amistades de su trabajo la estaban apartando aún más de Dios, pero las enseñanzas de su abuela también le reclamaban que volviera a sus valores cristianos y su moralidad.
Y le dijo a Dios: “Me gusta mi trabajo, pero la gente me está alejando de Ti. Entonces voy a dejar mi trabajo sin tener otro plan y no sé, pero tú guíame.”
Valerie estuvo desempleada durante tres meses y, un día antes de Navidad de 2022 se propuso vivir en 2023 como si fuera el último año de su vida.
A partir de entonces, Valerie se preguntó: “¿Cuántos años de mi vida voy a darle al Señor? ¡Todos los que me queden!.”
En el proceso, poco a poco se estaba desligando de las ataduras que tenía. Y al final de la Cuaresma de 2023 se rindió por completo ante el Señor.
“Le dije al Señor, OK, pues ya que quieres que sea religiosa, te digo ¡Sí!, pero Tú tienes que decirme dónde, porque hay muchas comunidades. Y si ya se me hizo difícil decirte que sí, entonces ayúdame.”
Días después fue al cine a ver la película de San José con unos amigos. Ella era coordinadora de formación para el diaconado en la Diócesis de Orange.
En la fila donde se iban a sentar había solamente hermanas religiosas. Valerie decidió entarse sola, hasta atrás.
Concluida la película, acabó conversando con la hermana Maricela Valenzuela, Misionera Clarisa del Santísimo Sacramento. Luego, fue invitada al grupo “A Jesús por María,” para estar con la congregación y descubrir su probable vocación.
Pero Valerie nunca les mencionó que quería ser religiosa. Al cuarto mes de convivir con las hermanas, con miedo y lágrimas en los ojos habló de los pensamientos de su corazón.
“La hermana Maricela también lloró de alegría y de tanta paz, y, en ese momento sentí que la pared que había construido entre Dios y yo se derrumbó para siempre,” subraya.
Animada como está, Valerie dice que Dios la eligió para tener una vida hermosa como religiosa.
“Solamente por su misericordia puedo decir que, a pesar de tantos años de luchar contra Él, Dios ganó la batalla.”
Valerie vivirá su postulantado en la casa de la congregación, en Santa Ana y, dependiendo como le vaya, podría ser enviada a al noviciado en Cuernavaca, México.