El sufrimiento redentor puede ser visto como uno de esos conceptos católicos medievales que logran que nuestros hermanos protestantes nos miren de reojo. Así que cuando el pastor Rick Warren de la Iglesia Saddleback aborda “El propósito del sufrimiento redentor” en su columna diaria “Daily Hope”, podría ser la oportunidad para que los católicos y protestantes se calmen y exploren un poco de la sabiduría antigua.
Es natural que, cuando nos suceden cosas malas, culpemos a Dios, los demás, o a nosotros mismos o simplemente permitir que nuestra alma se hunda en el abismo de la tristeza y el dolor. Pero si permitimos al sufrimiento que nos guíe hacia las necesidades de los demás, entonces la totalidad de la travesía, desde el shock inicial a la aceptación, nos acercará más a Dios. El sufrimiento se convierte en esperanza. La esperanza se convierte en alegría. Pero talvez lo sentiremos hasta llegar al cielo.
El sufrimiento nos enseña que a través del dolor nos alineamos con Cristo en la cruz, cuyo sufrimiento indescriptible terminó con la alegría de la salvación. Según el pastor Warren, “a menudo, su sufrimiento revela el propósito que Dios tiene para usted. Dios nunca pasa por alto una herida”. En Romanos 8 18, San Pablo dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. El sufrimiento redentor transforma nuestro dolor en una herramienta para el bien común. Esa es la rendija por donde pueden entrar la sanación y la esperanza.
Según el padre Troy Schneider, pastor asociado en la Catedral de la Sagrada Familia en Orange, “Dios convierte todo mal en bien, pero a menudo es difícil para nosotros entender como sucede esto. El sufrimiento redentor nos une directamente a la cruz. No podemos redimirnos a nosotros mismos, pero debemos aceptar la palabra de Jesús, tomar nuestra cruz y seguirlo”. Esa cruz nos conducirá al Calvario, pero no termina allí. El Calvario es un sufrimiento necesario que nos lleva a la resurrección y alegría redentora.
En la cultura actual, el evitar el sufrimiento se acoge con celo misionero. No significa que le deseamos sufrimiento a cualquier persona, pero como escribió Santo Tomás de Aquino, si el sufrimiento significa algo, entonces hay valor en él. “Se nos dice que debemos evitar el sufrimiento asociado con la enfermedad y la muerte a través del suicidio asistido. Los moribundos están más cerca de Cristo que nosotros. Cristo está en medio de ese sufrimiento. La vida es un regalo, e incluso al final de la misma debemos elegir entre el bien y el mal”.
En su libro, “El papa Juan Pablo II y el sentido del sufrimiento”, el autor Robert Schroeder dice: “Con el sufrimiento, no hay cláusulas de escape. Sus tentáculos afilados nos alcanzan a todos y cortan de manera profunda. Pero qué pasaría si revertimos el sufrimiento —no mediante la eliminación total de nuestro dolor, pero al darle un propósito y significado. ¿Qué pasaría si pudiéramos hacer el bien a través de nuestro sufrimiento? De acuerdo con Juan Pablo, eso es precisamente el poder que nos otorga nuestra relación con Jesucristo”.
Para que el sufrimiento tenga un significado debe ser “para” algo. ¿Cuántos de nosotros recordamos a las monjas que nos decían cuando éramos pequeños que “ofreciéramos” nuestros dolores y molestias? Y aunque parezca algo trillado hoy en día, hay mucha sabiduría detrás de eso. El ofrecer nuestro sufrimiento por otros o para la gloria de Dios nos coloca lado a lado con Cristo en la cruz. Eso es precisamente lo que él hizo. Él “ofreció” su dolor por el bien de la humanidad y nos llama a hacer lo mismo y tomar nuestra propia cruz. Sin lloriqueos, sin compadecernos de nosotros mismos, sin rendirnos a lo largo del camino. El cargar la cruz es una carga pesada, pero es la única manera de lograr la alegría de la salvación. Si no hay dolor, no hay ganancia.
La buena noticia es que Dios nos ayuda con la carga, porque lo que nos pasa tiene valor. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11 29).
El sufrimiento redentor no significa que debemos ir en busca de problemas o hacer un espectáculo de nosotros mismos. Como dijo el arzobispo Fulton Sheen: “La penitencia no requiere de latigazos y cilicios; nuestros vecinos son nuestros cilicios”. La reconciliación es el último paso en la sanación. Nos coloca ante Dios y completa el proceso de redención. Según el padre Schneider, “Dios creó el universo en una explosión de amor, algo que los científicos llaman el ‘Bing Bang’. En algún momento ese amor entre Dios y el hombre se rompió, y el universo entero siente el efecto de esta ruptura. Este es el génesis del sufrimiento. Jesús, a través de su pasión, cura la ruptura, y por medio de la confesión, nosotros curamos personalmente nuestra relación con Dios. No se trata solo de confesar los pecados; es estar de acuerdo en volver a tener una relación correcta con Dios”.
Debido a que todo lo que sabemos es esta vida mortal, es difícil el comprender la inmensidad de la eternidad. A veces debemos simplemente aferrarnos a la fe y la certeza que al final “esto también pasará”. El dolor y el sufrimiento valdrán la pena, y de alguna manera tendrán sentido. Mientras tanto, la Cuaresma es un buen momento para reflexionar sobre cómo podemos utilizar nuestro dolor y sufrimiento para un cambio positivo y el beneficio de otros. También es un buen momento para la confesión, estar bien con Dios, y cuando ocurra un desastre, ofrecerlo a Dios. La buena hermana Mary Francis tenía razón.