Al enfrentar el final de sus días, muchas personas mayores prefieren darse por vencidas. La Hermana Irma Guadalupe Padilla les dice a los ancianos que vivan con plenitud y que se preparen para el llamado de Dios.
La Hermana Irma dirige el Hogar Saint Francis, las únicas instalaciones católicas con asistencia para las personas de la tercera edad en el condado de Orange. El Saint Francis Home es una residencia de retiro privada, sin fines de lucro, para mujeres mayores en un vecindario tranquilo y residencial al oeste de Santa Ana. Cuanta con un venerable historial de servicio de 75 años y tiene una capacidad de 60. Hoy en día, viven allí 57 mujeres católicas y no católicas.
“Durante sus últimos años, les traemos a Dios”, explica la Hermana Irma. Ella ayuda a los residentes a “a entender que deben estar listos para nuestro Creador. Les digo: ‘No pierdan el tiempo. Él quiere que vivan sus vidas felizmente y encuentren maneras de comprender cuántos las ama’”. Las familias de los residentes le dicen que se sienten en paz al saber que sus madres, hermanas y tías están seguras y bien cuidadas en el hogar.
En un terreno arbolado, con una linda capilla que ofrece dos misas diarias, el Hogar San Francisco está rodeado de césped verde, un pequeño santuario a San Francisco, y fuentes, rosas y áreas de descanso con sombre.
El hogar seguro es operado por las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción, que dependen al 100 % de donaciones privadas, eventos de recaudación de fondos e ingresos de los residentes provenientes de pensiones y del Seguro Social. Diez hermanas, 20 empleados y muchos voluntarios ayudan a las residentes ancianas a bañarse, vestirse, comer y más. A los grupos de voluntarios, incluyendo a los niños, les gusta visitar el hogar y entretener a las residentes, ayudar en la cocina y con las tareas domésticas.
“Nuestra misión es llevar a nuestras damas a Cristo y ayudarlas a sentirse en paz consigo mismas y con Dios”, explica la Hermana Irma. “En otros lugares a veces llevan una vida solitaria”.
El Hogar San Francisco tiene una larga historia con raíces que se remontan a 1926, cuando cinco hermanas franciscanas escaparon de la persecución religiosa en México y viajaron a los Estados Unidos. Después de una serie de mudanzas de Texas a California, llegaron a vivir a una casita en Santa Ana. En junio de 1942, pidieron permiso al condado para construir una capilla contigua a su convento en la Sixth Street. El 12 de diciembre de 1945, las hermanas recibieron una licencia del condado para administrar Mater Dolorosa, un asilo para 12 mujeres ancianas, y en las décadas siguientes aumentaron gradualmente el tamaño de la casa varias veces, añadiéndose a la casa original y con la compra de las casas vecinas.
Las actividades diarias comienzan desde temprano cada mañana cuando los cuidadores despiertan a las residentes, las bañan y las visten, y las acompañan al desayuno, que se sirve a las 8 a.m. Le sigue, la Misa y la Coronilla de la Divina Misericordia, dirigidas por la Hermana Illuminati García, de 100 años. El período de ejercicios es a las 10:30, siguen los bocadillos y el almuerzo se sirve al mediodía.
Después de una breve siesta, las residentes toman parte de varias actividades, incluyendo artesanías, manicures y peinados; la segunda Misa es a las 4 p.m. La cena es una hora más tarde, y después los residentes caminan por los jardines o miran las noticias. Todo el mundo toma un aperitivo alrededor de las 7:30 p.m., y después se va a la cama. Las habitaciones tienen la capacidad para una o dos mujeres y la mayoría tienen baños adjuntos.
“Ninguna otra institución ofrece a las personas de la tercera edad católicas una misa diaria”, señala la presidenta de Saint Francis Guild, la Hermana Kathleen McCuistion, una hermana de San José de Orange y voluntaria desde hace 30 años, cuya madre vivía en el hogar. “Por eso se necesita un lugar como el Hogar San Francisco”.
La Hermana Irma, que acaba de celebrar su primer año como administradora del hogar, nació en Jalisco (México), y explica que siempre quiso ser religiosa. Aunque tenía novio en la escuela secundaria, no era completamente feliz. “Quería santificar mi alma y ayudar a salvar almas”, dice. Después de pasar un fin de semana con las hermanas franciscanas, “supe que esto es lo que deseaba. ¡Me sentí tan feliz!”.
Es exdirectora de una escuela preescolar a quien le encanta compartir el ministerio con los niños, indica que trabajar con jóvenes le ayudó a prepararse para el ministerio con los ancianos. “Ambos necesitan mucho amor”, indica. “Ambos son vulnerables. Cada uno de ellos necesita mucha atención”.
“Para los niños todo es nuevo y están listos para conocer al Señor”, señala. “Y las ancianas están listar para regresar con el Padre al final de sus días”.