Decenas de cantantes corales de la Diócesis de Orange, tanto adultos como coristas en edad escolar viajarán a Roma en diciembre para cantar en varios conciertos y celebraciones en esa ciudad y en el Vaticano, y entre ellos, probablemente no haya ningún cantante de todo el Condado de Orange que renunciaría a la pizza por un año sólo por ir.
Esa es la gran diversión cuando se viaja de gira con un grupo musical en particular, sobre todo si su presentación se llega a realizar en una famosa sala de conciertos o en la iglesia, o frente a una audiencia especial, o en una magnífica ocasión en particular. Cuando sus itinerarios lo permitan, los cantantes de la diócesis podrán hacer todo eso, y hacerlo en Navidad (ver artículo en las páginas Diocesanas/Diocesan News).
Yo mismo, como cantante de coro desde hace mucho tiempo, admito sentirme increíblemente envidioso. Cantar en casa, ante una muchedumbre local es agradable y gratificante, y esto fortalece tus lazos con tu comunidad de un modo único, pero hay algo extraordinariamente vigorizante al llevar el espectáculo al camino. Subirse en un autobús, un tren o un avión con una bolsa de equipaje de mano llena de partituras es, créanmelo, una de las emociones puras de la vida. Tú vas en el camino con un grupo de personas con las que has trabajado excepcionalmente duro y para quienes sientes gran afecto, solidaridad mutua y espíritu de compañerismo, y hay algunas cosas que encienden más la imaginación que la sensación de las llantas que ruedan por debajo de ti.
Usted no llegará a su destino como simples turistas, absorbiendo pasivamente las vistas de los lugares con el resto de la multitud. Por el contrario, usted va a llegar con algo que dar, —un don que ha desarrollado el talento, la diligencia y la dedicación— para reunirse en una organización turística y musical que lo cambia todo.
Hay una cierta naturaleza propia, unida al actuar en grandes escenarios, que lleva consigo el olorcillo débil de no arrogancia del todo, — sino una estrecha relación— que hace que la experiencia sea mucho más dulce y más memorable. Para aquellos que han tenido la suerte de poder ensayar y actuar en lugares como el Carnegie Hall o la Catedral de Notre Dame o la Basílica de San Pedro (como lo harán los cantantes del Condado de Orange) el lugar toma rápidamente en una cómoda familiaridad, al punto que los artistas comienzan a pensar en ello como sus propios confines amistosos —nuestro vestíbulo, nuestra iglesia—. Es esta la familiaridad que será responsable de toda una vida de recuerdos estrechamente sostenidos.
Por supuesto, cuando la fe entra en escena, la experiencia se vuelve mucho más trascendente. En Roma y el Vaticano, los cantantes del Condado de Orange no solamente actuarán para lograr la satisfacción de un público, sino para un verdadero propósito: la mayor gloria de Dios, en el momento del nacimiento de su hijo. Esta es la razón de esa deliciosa sensación de mariposas en el estómago que será un poco más pronunciada, el por qué la concentración será mucho más nítida, el por qué las voces estarán más claras y más serias, el por qué las memorias serán mucho más indelebles.
De esto se trata la gira musical: un recorrido desde una anticipación casi vertiginosa a un enfoque parecido a la tarea a mano de un trabajador, al nerviosismo inevitable antes de la interpretación, a la profunda satisfacción y a la maravilla de hacer exactamente lo que viniste a hacer, y a hacerlo bien.
Y a los amigos y familiares de los cantantes: sólo intente decirles que dejen de hablar acerca de todo esto cuando lleguen a casa.