“La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”. (1 Corintios, 16-17).
En base a esta primera lectura de las Sagradas Escrituras, en la festividad de Corpus Christi, el 18 de junio, el Arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez y el Obispo Kevin Vann, de la Diócesis de Orange concelebraron la Santa Misa en el Día de Reconocimiento al Inmigrante.
“El espíritu del inmigrante hace de Estados Unidos un maravilloso país”, dijo Gómez en su homilía frente a unos 4,000 feligreses congregados en la Catedral Nuestra Señora de Los Ángeles.
Imploró a Dios para que ilumine las mentes y los corazones de los gobernantes en Washington y que todos alcancemos con dignidad el destino de nuestro Creador.
“Sé que muchos de ustedes, los niños de Dios llegaron a este país con muchos sacrificios y sufrimientos; que les costó mucho trabajo y se vieron obligados a dejar todo atrás para buscar una vida mejor para sus hijos y familias”, añadió.
“Vayan siempre adelante; este país necesita siempre los inmigrantes, así que siéntanse orgulloso de lo que son, porque en la Eucaristía somos uno solo, y en el cuerpo y la sangre de Cristo ya no somos extranjeros. Nos conocemos como amigos. Nos encontramos con “otros” – como hermanos, como hermanas”.
testimonios de inmigrantes
Eddy De León, inmigrante de 16 años, narró la pesadilla que vivió cuando debió abandonar su natal Guatemala.
“Salí de Guatemala huyendo de la violencia de las pandillas”, dijo en su testimonio. “Me subí al tren llamado “La Bestia” con un grupo de personas y viajé solo durante cinco días para llegar a Estados Unidos”.
Su recorrido de miles de kilómetros inició en Suchitepéquez (Guatemala) hasta llegar a Nogales, Sonora.
De León expresó que haber viajado arriba de “El Tren de la Muerte” significó que pasara hambre. También le aterraba la idea de quedarse dormido, poder caerse y perder la vida entre las ruedas metálicas del ferrocarril.
“Cuando llegué a la frontera fui detenido de inmediato por oficiales de inmigración”, recordó. “Me encerraron en una cárcel por 20 días, hasta que mi padre logró rescatarme y por eso le doy gracias a Dios por cuidarme en el camino”.
Helen Olague, ciudadana americana de origen mexicano dijo que ella llegó a Estados Unidos en 1971 y le tocó vivir los estragos causados por la Ley Simpson-Rodino, que trató de establecer un control de los empresarios y del empleo que desalentara la presencia de indocumentados, y de regularizar la situación de quienes vivían en la clandestinidad como residentes, con fecha anterior a 1982.
“Realizaban redadas en fábricas, tiendas, escuelas, parques y paradas de autobuses”, recordó. “Deportaban a familias completas…era tiempo de mucho miedo, como ahora”.
Por sus experiencias, Helen fue invitada a trabajar en el programa “Familias, conozcan sus derechos”, mediante el cual la Arquidiócesis de Los Ángeles ha formado equipos de trabajo que ayudan en parroquias y entrenan líderes para que ayuden en su comunidad y que la gente conozca sus derechos.
Juanatano Cano, consultor nacional de la Pastoral Maya de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USSCB) comentó que cualquier acción que atente contra la unidad familiar y su división, a causa de las deportaciones es “inhumana”.
“Aquellas personas que estañen el gobierno y se hacen llamar cristianas, en primer lugar, deberían ver en los seres humanos el rostro de Jesús”, dijo. “Deberían ver al ser humano que abandonó su país a causa de la violencia o una crisis, y que su propia nación no es capaz de resolver y necesitan ayuda”.
Cano, de origen guatemalteco, indicó que el miedo y la incertidumbre que viven millones de indocumentados se puede superar al hacer conciencia de la necesidad de ser solidarios con la humanidad que sufre, y que es el mismo Cristo sufriente, debido a las injusticias.
“Muchos Cristianos, Católicos y Evangélicos que votaron por el nuevo presidente quizás no estuvieron conscientes de analizar la imagen de Jesús en el ser humano de los migrantes”, añadió Cano. “Pero hoy, hoy más que nunca tendríamos que concientizarnos obispos, sacerdotes, iglesias, laicos y muchos de nuestros representantes para que ayuden a ponerle un alto a leyes inhumanas y anticristianas”.
Según Margo Cowan, de la organización comunitaria y humanitaria “No más muertes”, desde 1990 más de 7,000 indocumentados han muerto en la frontera de ambas naciones. Otros 2,700 fueron reportados como desaparecidos.