Todo inició el 26 de octubre en la Terminal B18 en el Aeropuerto Internacional de Sacramento mientras esperaba el Vuelo 1597 de la aerolínea Southwest. Vi a un hombre mayor sentado solo en la terminal; no tenía idea de quién era él, aparte que claramente era miembro del clérigo. Hablaba con alguien por teléfono, así que decidí esperar hasta que terminara su llamada para saludarlo con respeto. Mi madre me enseñó a mostrar respeto a las religiosas y clérigo, independientemente de a qué iglesia pertenezcan. Entonces, si no me detenía a saludarlo, y mi mamá se enteraba, habría problemas con ella. Créanme, no quieren meterse en problemas con mi madre.
Pero, antes de seguir contando mi anécdota con el obispo Vann, debo decirles algo: no soy el mejor de los católicos. De hecho, he sido un caprichoso en el mejor de los casos. Eso sí, no es culpa de nadie, sino solo mía. Mi madre es la única persona en mi vida que siempre fue fiel a su fe. Ella ha vivido una vida difícil, pero siempre se mantuvo en su fe. Pensarían que seguiría sus pasos, ¿verdad? Pero no fue así.
Mamá me decía que, para encontrar a Dios, realmente tenía que buscarlo. Y ese día, se encendió una luz en mi mente. Pasé buena parte de mi vida con ideas difusas y preguntándome cosas. Me preguntaba acerca de la vida; me preguntaba sobre el mundo. Y por egoísta que pueda parecer, me preocupé de mi mismo. Me preguntaba sobre quién era yo y cuál era mi lugar en el mundo. Cuando escuché los testimonios de otros, solo escuchaba historias hermosas de personas que encontraron a Dios, literalmente, en la cima de la montaña. Me contaban historias maravillosas acerca de Dios o cómo sus ángeles se acercaban a ellos y tocaban sus vidas. Y con eso, cambiaba sus vidas.
Bueno, yo no experimenté nada de eso. Y después, finalmente, a mis 40 años, la bombilla se encendió, y fue en ese momento cuando encontré a Dios. No lo encontré en la cima de la montaña. Lo encontré en un valle profundo. Él había estado sentado, pacientemente, a mi lado, todo el tiempo, esperando a que me diera cuenta de que no podía vivir la vida sin Él. Mamá siempre tenía razón: se encendió la luz.
Empecé a vivir una vida en servicio a los demás, porque me di cuenta de que las mayores recompensas de la vida están reservadas para aquellos que comparten alegría con otras personas. Asistía regularmente a la Iglesia y empecé a enseñar sobre la fe a los adolescentes. Visitaba a los enfermos los fines de semana y les llevaba la Comunión. También pasé la mayoría de los fines de semana repartiendo donaciones a la población local de personas sin hogar, y a las familias trabajadoras pobres. Me convertí en un lector voraz de la Biblia y de otros libros sobre Dios. Me embarqué con todos los credos, con el conocimiento que la gente hermosa adora en todas las iglesias, templos y mezquitas. Gané todo lo que siempre quise, y finalmente me convertí en lo que quería ser: un ser humano real.
Entonces, después de algunos contratiempos personales, mi relación con Dios se distanció de nuevo. No fue culpa de nadie, solo mía. Dejé de rezar; dejé de asistir a la iglesia, y dejé de hacer las cosas que me mantenían cerca de Dios. Durante años, les dije a los estudiantes de mi iglesia que se acercaran a Dios cuando las cosas no iban tan bien. Pero no seguí mi propio consejo. En vez de eso, me alejé. También les dije a mis alumnos que no existían las coincidencias en la vida; era señal que Dios trabajaba anónimamente.
Y aquí es donde conocí al obispo Vann. Después de que el obispo terminó su llamada telefónica, me detuve a saludar. Me preguntó amablemente cuál era mi nombre, así que le dije. Entonces le pregunté a qué parroquia estaba asignado. De nuevo, no tenía ni idea de quién era. De una manera muy discreta, me dijo que no estaba asignado a una iglesia específica, sino que era el obispo de la Diócesis del condado de Orange — era el obispo KevinVann.
Por supuesto, no le creí, así que lo busqué en Google, y ahí estaba: el obispo Kevin Vann. Debo admitir que me sorprendió mucho.
Por respeto, puse su mano en mi frente y lo llamé “su excelencia”. No creo que él quería escuchar formalidades. En vez de eso, solo quería que me sentara a su lado a conversar. Si me conoces, sabrás que nunca me quedo callado. De hecho, la mayoría de la gente tiene que pedirme que me calle. Pero allí estaba, sentado junto al obispo. Casi empecé a tartamudear porque estaba en su presencia. Pero, como entendí que era un momento único en la vida, empecé a hacerle varias preguntas teológicas: ¿Por qué Jesús llamó a Juan y Santiago los “Hijos del Trueno”? ¿Qué le pasó a San José? ¿Qué era la espina en el lado de Paúl? ¿Dios perdonó a Judas? No paraba de hablar y preguntar.
Y pensarían que el obispo pediría que me callara, pero nunca lo hizo. Monseñor Vann respondió pacientemente a todas mis preguntas. Observé que el obispo estaba cansado por el largo día, pero se sentó allí y me prestó toda su atención. Era surrealista, por describirlo de alguna manera. Entonces empezamos a abordar el avión. El obispo fue uno de los primeros en entrar al avión. Al caminar por el pasillo en busca de mi asiento, el obispo me pidió que me sentara a su lado. Me da vergüenza decir esto, pero no sabía qué hacer. ¿El obispo quiere que me siente a su lado? ¿YO? Así que, lo hice.
Quería contarle todo sobre mí y mis maestros, y las cosas buenas que habíamos hecho en el pasado. Quería hablar sobre el trabajo comunitario que hacemos en el Valle de Pomona y cómo siempre necesitamos ropa para adultos para vestir a las personas sin hogar. Había mucho que decir, pero de nuevo, estaba cansado de hablar. Así que, en vez de eso, solo escuché. En nuestra conversación, el obispo habló de sus hermanos, de su padre y de su hermosa madre. Habló de su educación, de los cargos que ocupaba y de su pasado. Este hombre maravilloso pasó su tiempo hablándome como si yo le importara. ¿Y adivinen qué? Así fue.
Este es el tipo de hombre que es el obispo. Él ve el valor en todos los seres humanos. Emanaba una paz y tranquilidad que era genial estar cerca de él. Se podía sentir una presencia enorme a su alrededor. También habló de su amor por la diócesis y de la Iglesia, y sus maravillosos feligreses. Fue inolvidable oírlo hablar.
Durante el vuelo, le di mi tarjeta de presentación, y la colocó en su bolsillo. No le puse mucha atención a eso. Después, el obispo comenzó a hacerme algunas preguntas directas, una de las cuales fue si asistía regularmente a la iglesia. Fui honesto en todas mis respuestas, pero ninguna de ellas fue buena. El obispo no juzgó en absoluto. Todo lo que mostró fue preocupación por mi salud espiritual. Después de aterrizar, el obispo Vann me pidió que lo acompañara a bajar del avión. Pensé que era para ayudarlo con la maleta o algo parecido. Pero no fue el caso, sino que quería rezar y bendecirme: ¡qué emoción!
Salimos del avión y pasamos a la terminal. Encontramos un lugar tranquilo entre la multitud. Él oró, me bendijo y me dio la absolución. Y después me pidió que leyera el Salmo 23 y que fuera a servir a los demás. Fue la última vez que lo vi.
Después de un par de horas, llegué a casa de mi viaje y desempaqué; revisé el teléfono de mi trabajo y vi un mensaje de alguien. Fue el obispo Vann. Quería asegurarse de que había llegado bien a casa, y que mi familia estuviera bien. Incluso me dio su número de celular y me pidió que lo llamara. ¡No podía creerlo! Me dio su número de celular y me pidió que lo llamara. No voy a mentir: me hizo llorar. No lo llamé, así que adivinen qué paso: Me llamó una segunda vez y me dejó un segundo mensaje. Ahora, ¿creen que fue un encuentro casual? Por supuesto que no: todo fue obra de Dios.
Si esta historia tiene algún significado, significa que Dios siempre está presente y, siempre obra en nuestras vidas para acercarnos más a Él, incluso cuando ni siquiera lo buscamos. Usará cualquier cosa y a cualquiera para llamar nuestra atención. A veces, Dios trabaja aún más cuando no lo vemos o sentimos. Pueden confiar de que un día volveré a la Iglesia para que las cosas vuelvan a fluir.
Y la respuesta a lo que se están preguntando es sí, finalmente le devolví la llamada. Les pido a todos que oren por mí. Espero volver a lo que fui un día. Que Dios derrame sus bendiciones sobre todos ustedes.