A la edad de 25 años, Bev Krassner-Bulas, una joven esposa y enfermera certificada, se trasladó a la India con su esposo, quien trabajaba en un proyecto de investigación de un año sobre parásitos tropicales en una universidad de Calcuta. Ella no contaba con una licencia para practicar enfermería en la India, por lo que se conectó con otras damas de habla inglesa en la ciudad y pasaban la mayoría del tiempo jugando bridge y tomando ginebra con agua tónica. “No tengo nada contra el bridge o la ginebra, pero realmente, no era algo que quería hacer todos los días”, relata Krassner-Bulas. “Un día conocí a una mujer británica en la misa que había empezado a trabajar como voluntaria en un orfanato local y pensé, ‘eso suena interesante’”.
Ella ni se imaginaba que estaría trabajando hombro a hombro con una de las santas más grandes del siglo XX, la Madre Teresa de Calcuta. Era el año 1961, y la Madre Teresa acababa de recibir una donación, dos años antes, de una gran casa que transformó en un convento y orfanato para niñas. “Solo tuvimos chicas en el orfanato porque en la India los niños eran muy valorados, pero las niñas recién nacidas a menudo eran abandonadas en los campos. La Madre y las hermanas trataban de enseñar a las mujeres a que entregaran a sus niñas al orfanato. Esto fue mucho antes de que la obra de la Madre Teresa atrajera la atención del mundo”.
Berv sirvió bajo la supervisión diaria de la Madre Teresa, no solo con las niñas huérfanas sino también con los leprosos. “Nuestra clínica de lepra consistía en una mesa de juego sobre un camino de tierra. Dado que muchos de nuestros pacientes eran analfabetos y no podían contar, hacíamos pequeños paquetes con periódicos o revistas viejas que nos donaba la Embajada de los Estados Unidos. En cada paquete, colocábamos siete píldoras, e instruíamos a los pacientes a tomar una píldora por día y regresar cuando se acababan las píldoras”.
Ella clasificaba donaciones de todo tipo, incluyendo regalos tales como esmóquines, tatuajes y vestidos de baile. “La gente no tenía idea de lo que estábamos haciendo en Calcuta; agradecíamos su generosidad, pero era muy divertido ver lo que algunas personas pensaban que podríamos necesitar”.
Ayudar a los demás no era nada nuevo para Bev; su juventud la vivió en un barrio étnico en el norte de Nueva York. Su padre era un inmigrante polaco de primera generación. Cuidar el uno del otro era uno de los valores básicos de su familia. “Mis abuelos tenía un pequeño supermercado y siempre estaban ayudando a los demás. Ellos daban crédito a las personas que no podían pagar por sus abarrotes. No sé si mi abuelo alguna vez recuperó el dinero”. En su juventud no fue voluntaria, de manera oficial, pero cuando escuchaba de alguien que necesitaba ayuda, siempre estaba dispuesta a echar una mano.
Después de su temporada en la India, el marido de Beverly aceptó uno de los primeros puestos de profesor de enseñanza en la recién fundada Universidad de California-Irvine (UCI). Desde entonces ha vivido en el condado de Orange. Entre los recuerdos más memorables de Bev, destaca el espíritu de voluntariado inspirado por la Madre Teresa.
En los más de 50 años desde esa época, Bev practicó la enfermería, crío a sus dos hijos, además de ser voluntaria en incontables causas y servicios. Hoy en día, la octogenaria mantiene un horario que dejaría sin aliento a una persona con la mitad de su edad. Ella es un miembro fundador y aún muy activa en la comunidad de la universidad UCI. Es una jardinera experta de la Cooperativa de la Universidad de California, la cual incluye el mantenimiento de seis colmenas. “Contamos con terrenos para la agricultura en Irvine Boulevard, donde la universidad hace investigaciones sobre frutas y verduras. Recientemente cosechamos unas papas maravillosas que plantaron los estudiantes de la escuela secundaria local”.
Ella entrega comida para la Sociedad de San Vicente de Paúl; visita el centro de detención juvenil; sirve en varios ministerios en su parroquia, Elizabeth Ann Seton en Irvine; y es una comunicadora diaria. También le apasiona la participación cívica. Es miembro de la junta directiva para “Women For of Orange County”. El grupo patrocina eventos educativos no partidistas que ayudan a los ciudadanos a comprender las complejidades de nuestros problemas locales como la falta de vivienda, el medio ambiente, la esclavitud y muchos otros temas.
No es de extrañar que Bev estuviera entre las 30 nominadas en el almuerzo de recaudación de fondos ‘Las Mujeres del Año’ a beneficio de las Caridades Católicas. Frente a más de 600 invitados, fue nombrada la Mujer Católica del Año por el obispo Kevin Vann, quien la honró por su trayectoria de servicio a su fe y su comunidad.
Kathy Benoe, presidenta de Caridades Católicas Auxiliares, describió la importancia de las Caridades Católicas en nuestra comunidad. “De los 3.3 millones de personas en el condado de Orange, medio millón viven por debajo del nivel de pobreza, muchos son niños. Por medio de Caridades Católicas se sirven más de 100,000 comidas y no rechazamos a nadie. Hemos ayudado a 13,000 personas con asuntos de inmigración, asimilación y el proceso de ciudadanía”.
Beverly Krassner-Bulas se despierta cada mañana diciendo: “¡Sí! ¡Un día más!”. Y con cada día nuevo bendice a todos a su alrededor con su dedicación, entusiasmo y alegría. Por lo tanto, debemos de brindar con ella con un ginebra y agua tónica, y felicitarla por haber sido seleccionada como la Mujer Católica del Año 2017. Y después, debemos seguir su ejemplo y encontrar maneras en cómo vivir nuestra fe en la acción.