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UNA HIJA DE DIOS REGRESA A SU CASA: LA IGLESIA CATÓLICA

DESPUÉS DE MUCHO SUFRIMIENTO Y DESENGAÑOS EN SECTAS PROTESTANTES, GLENDA FIGUEROA VOLVIÓ 
A REENCONTRARSE CON 
SUS RAÍCES

By JORGE LUIS MACÍAS     2/12/2019

Glenda Figueroa es una madre soltera de cuatro hijos, que huyó a Estados Unidos desde Honduras para salvar su vida de un hombre violento. En 1997 fue violada, secuestrada y ultrajada, quedó embarazada. Luego de dar a luz, su abusador le arrebató a su hija. Nunca supo de su paradero final.

“Ese hombre aún me busca, es peligroso”, dice la mujer. “Es un psicópata y le pido a Dios que nunca me encuentre”.

Glenda tiene poco tiempo de haberse integrado al grupo de Jóvenes para Cristo en la Iglesia de San Bonifacio, en Anaheim. Vivió un retiro espiritual en enero y a partir de ahí, cada miércoles y viernes acude a los crecimientos.

 

estaba en ‘una
secta satánica’

Aunque nació en el seno de un hogar católico, su madre nunca la llevaba a misa. Ella lo hacía junto con su pequeño hermano.

Los “cristianos” llegaron a su pueblo. La convencieron de que los católicos eran “idólatras” por tener imágenes de santos o que “adoraban” a la Virgen más que a Dios.

“A los 13 años me sentía cristiana, pero no acudía muy seguido al culto y aunque todos parecían amables, querían casarme con el pastor y querían que fuera de él”, dice. “Yo supe que a las mujeres las vestían con un traje blanco, pero las casaban con el diablo. Era una secta satánica”.

A los 18 años, sufrió una violación. La traumática experiencia le provocó pensamientos suicidas, depresión y total destrucción emocional. También lloraba por el robo y secuestro de su hija.

“Yo quería quitarme la vida para escapar de aquel infierno”, cuenta. “Pero sabía que el suicidio es un pecado que Dios no perdona”.

 

“un lavado de cerebro”

Casada actualmente con un hombre asiático, Glenda obtuvo una visa de turista. Ambos huyeron a Estados Unidos. Ella tenía 26 años, pero aquel hombre que la violó en Honduras la seguía hostigando.

De Miami se mudaron a San Bernardino, California. Residían en el proyecto de viviendas Waterman Gardens donde la compraventa de drogas, pandillas y asesinatos eran comunes. 

Unos pandilleros los golpearon por haberlos denunciado a la policía. Temiendo por su seguridad, se mudaron a Loma Linda. Y de ahí a Redlands donde ella se unió -junto con sus hijos- a una secta pseudocristiana.

“Ellos no tienen ningún respeto por la Virgen; para ellos, ella no significa nada. Me hicieron como un lavado de cerebro”, dice. “Pero a mis hijos nunca dejé de persignarlos con la santa cruz ni que dejaran de rezar el Padre Nuestro o el Ave María. En mi corazón siempre estaba la espinita de que fui católica”.

 

el amor por la
virgen de guadalupe

Preguntó a los líderes de la secta por qué no rezaban el Padre Nuestro si era un mandato de Jesucristo, o por qué no respetaban a la Madre de Dios, si fue la madre de Jesús a quien el ángel Gabriel se apareció para decirle que de su vientre nacería el Hijo de Dios.

 “Me respondían cualquier cosa para no explicarme nada”, declara Glenda. “Y es que yo siempre he tenido un amor muy especial por la Virgen de Guadalupe”.

Cuando a su hijo varón, de 14 años, lo “bautizaron” fue que ella abandonó la secta. 

Glenda dijo que era obligada a pagar un diezmo, aunque recibía ayuda para pagar la renta de un departamento, hasta que un nuevo “obispo” le dijo que ya no la ayudarían más.

“Me decían que como era madre soltera, mis hijos eran demasiada carga para mí y querían que se los diera en adopción”, contó. “No lo acepté y entonces me dijeron me fuera a vender tamales, o que me quedara en la calle. Me preguntaron que si en mi niñez yo había sido católica y les dije que sí”.

 

Su respuesta fue el final de tres años con los mormones. 

Glenda y sus hijos acabaron en un refugio para indigentes. El golpe emocional llevó a su hijo a convertirse en drogadicto.

Pero su amor de madre lo rescató. El chico de 21 años ahora estudia para ser un cirujano cardiovascular en la Universidad de California en Riverside. Además, trabaja tiempo completo en una tienda Albertsons.

“Dios me ha dado la fortaleza y la paz que necesitaba”, dice Glenda. “Para ello necesitaba regresar a mis raíces católicas. Por eso, hoy lloro de emoción cuando comulgo. Estoy donde siempre debí estar y creo que, como me gusta cantar, quizás muy pronto me vean en el coro de la Iglesia”.

 “He aprendido mucho de la Iglesia Católica”, dice. “Pero ya he regresado a la casa de donde nunca debí haber salido”.